Nada a cambio

Dirigió una última y rápida mirada a los tatuajes de su compañera. No sabía con certeza cuándo podría volver a acariciarlos: ella se había enfundado ya en su armadura de acero. Acero puro, brillante, verdadero. El único. Sus yelmos eran gemelos, se decía que antaño las siervas de Odín se habían servido de ellos en su papel de redentoras en las más cruentas batallas. Poseían el alma de las valkirias, ¿cómo podrían ser vencidos?

Él bajó la mirada y sacudió por última vez sus cabellos antes de que todo aquel acero ocultase sus identidades.
- Vámonos.
Ya no había luz. En la casa no quedaba nadie, y nadie habría durante un largo tiempo. No sabían con exactitud en qué momento regresarían a aquello a lo que se atrevían a llamar “hogar”. Lo que sabían con certeza era que les esperaba una batalla cruenta, desesperada. Sus vidas pendían de los dedos caprichosos de algún dios que decidió jugar con ellos y acercarlos al límite de sus posibilidades, sólo por el deleite que le producía preguntarse si aquella curiosa pareja sería capaz de sobrevivir.

Para ellos, tan sólo existía una salida. La única posible. El resto de posibilidades quedaban fuera de toda consideración. No había dudas, tampoco miedos; tiempo atrás los habían expulsado de su mundo. Era el camino hacia el Cielo Azul Eterno. Poseían noticias que habían de preservarse, ideas que debían ser compartidas. No eran emisarios, tampoco mensajeros. No portaban nada material que pudiera delatar su condición, tan sólo sus armas. En sus almas y sus corazones estaba el resto, todo aquello que poseía una relevancia vital, algo que no debía perderse en el olvido.

Caminando bajo la nieve y la cruda tormenta, se sentían poderosos. Jamás podrían arrebatarles el alma, ni siquiera la muerte encapuchada que les pisaba los talones, ni el gélido invierno y sus inclemencias, tampoco las alimañas que, sin comprender, se lanzaban a tratar de absorber el brillo de sus corazones.
- Ellos no saben que somos inmortales.
Y lo eran. Se miraron bajo los copos relucientes, su acero brillaba más que nunca, captaron la mirada del otro y fue todo cuanto necesitaron para continuar. Creyeron distinguir un ladrido infernal que se prolongó durante horas. La nieve borró sus huellas. Aquel animal seguía desgarrando la bruma con sus aullidos. Sintieron frío, dolor, hambre. En ocasiones, el diablo decidía castigarlos con nuevas trampas y pruebas, sintieron el peso del mundo en sus hombros, derramaron gotas carmesí que se extendieron con rapidez en el manto de hielo que pisaban. Pero no fue suficiente.

Ni el mal, ni el dolor, ni la sangre, ni las lágrimas. Ningún alambre de espinos sería lo suficientemente fuerte para contener su poder. Ellos lograrían sobreponerse al infortunio, a la mayor de las torturas, a lo que fuera necesario con tal de preservar lo que almacenaban con ternura en sus almas. Los demás no comprendían el valor de aquella sonrisa cómplice, todo cuanto necesitaban: no pedían nada a cambio. Jamás lo harían. Todo era desinteresado, todo fue confeccionado con la delicadeza y perseverancia de quien sabe que posee algo único, irrompible. Algo que compartirían a pesar de los perros infernales, de la muerte, de los Hados que decidieron ponerlos a prueba: porque ellos son portadores de un sueño.

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Hacía demasiado tiempo que no escribía, al menos algo que se pudiese mostrar y que no fuera el resultado de vaciar mis emociones en un papel a través de las palabras. En realidad, esto no deja de ser una forma más de hacerlo, pero he intentado elaborar una pequeña historia basada en una canción. Sé que al menos uno de mis lectores sabe qué canción he utilizado de trasfondo. El resto... ¿por qué no tratáis de adivinarlo?

1 comentarios:

Tamara Ferrero dijo...

Me atreveria a decir que puede ser de algun grupo de MetalGótico....ahora me eh quedaod con la duda jajaja.

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