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Metamorfosis del vampiro

La mujer, entretanto, con su boca de fresa,
Retorciéndose como serpiente entre las brasas,
Colmando con su pecho los hierros del corsé,
Recita estas palabras impregnadas de almizcle:

“Tengo los labios húmedos y conozco la ciencia
De olvidar en el fondo de un lecho la conciencia.
Seco todos los llantos con mis senos triunfantes,
Reír hago a los viejos con risas infantiles.
‘Y para quien me vea desnuda y sin mis velos
Soy la luna y el sol, las estrellas y el cielo!
Soy, mi querido sabio, tan erudita en goces,
Cuando sofoco a un hombre en mis temibles brazos,
O cuando ofrezco el pecho a crueles mordiscos,
Tímida y libertina, y frágil y robusta,
Que sobre esos colchones que de emoción se pasman
Los impotentes ángeles por mí se perderían.”

Cuando ella hubo chupado de mis huesos la médula
Y yo, lánguidamente, me hube vuelto hacia ella
A besarle los labios con amor, hallé sólo
Un pringoso pellejo, chorreante de pus.
Cerré al punto los ojos, en mi gélido espanto,
Y cuando volví a abrirlos a la claridad viva,
A mi lado, en lugar del maniquí potente
Que al parecer tenía gran provisión de sangre,
Restos de un esqueleto se agitaban confusos;
De ellos brotaba el grito que lanza una veleta
O un rótulo que pende de una barra de hierro

Y hace girar el viento en las noches de invierno.


Esta es una traducción de Luis Alberto de Cuenca del genial poema Metamorfosis del vampiro, de Baudelaire. Si decidís googlearlo, comprobaréis que hay cientos de traducciones distintas. Personalmente, me quedo con esta.

Ayer me "reencontré" con este poema por casualidad, revisando trabajos antiguos de clase. La divagación que salió de mi mente a propósito de estos versos no tiene ningún desperdicio, es más, me asombré recordando lo bien que me lo había pasado redactando el trabajo en cuestión. Y es que hay veces que se me olvida lo genial que es sentir pasión por lo que uno hace.
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Fragmentos I

Ignacio tampoco abrió los labios mientras la miraba, porque no podía hablar. Tampoco habría sabido qué decir, sólo que hacía años que no veía nada tan hermoso. En aquel momento, no fue capaz de interpretar la belleza de aquella escena sublime, tan corriente, una muchacha que se lava la cabeza, las gotas de agua que viajan sobre su nuca, que recorren su espalda, que se secan en la tela de su camisón blanco. No habría encontrado la manera de explicar que podría seguir mirándola toda la vida, que le haría falta una vida entera para admirar su gracia, la armonía de sus movimientos, esa belleza tranquila que era tiempo, y era paz, y era alegría, y era serenidad, y era placer, una expectativa de felicidad, la cordura, la fe y la capacidad de desear. Aquella imagen condensaba todo lo que él no tenía, lo que había olvidado, lo que ya no existía y sin embargo volvió a nacer en aquel instante. Una muchacha se lavaba la cabeza, y una cáscara dura, seca, consciente de su propia torpeza, caía al suelo sin hacer ruido, inservible ante el poder de unos brazos desnudos, armados con su sola desnudez.

El corazón helado, Almudena Grandes


Almudena Grandes impregna todo lo que toca de sentimientos, en ocasiones pienso que si yo me dedicase a escribir no podría hacerlo de otra forma: sería exactamente igual que ella. A pesar de su irritante costumbre de no utilizar punto y coma, Grandes posee una sensibilidad impecable. No sé si se acerca más al arte o al kitsch, no tengo su obra demasiado digerida desde un punto de vista estrictamente crítico, sólo sé que me encanta. Dejaré los juicios de valor para otro momento.
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Degas

Creo que con tan sólo echar un vistazo a la foto de mi perfil os daréis cuenta de que me apasiona Edgar Degas. Los que me conozcáis más allá de la vida en internet sabréis también que el impresionismo me obsesiona de una manera un tanto insana. De acuerdo, en estos siglos las artes plásticas comienzan a mermar en calidad y poder de seducción, pero el impresionismo es algo increíble. Es posible que Monet, Renoir, Sorolla, Cézanne... nunca puedan competir con Masaccio, da Vinci, Tiziano, Lippi. Sabemos que el Renacimiento fue una época esplendorosa, sin embargo, carece de ese encanto intrigante de las obras pictóricas impresionistas.

A Degas lo consideraron uno de los propulsores del impresionismo, aunque él, desde luego, no se sentía especialmente cómodo con el papel adjudicado, se sentía más realista que cualquier otra cosa. Un jovencísimo Degas tuvo la suerte de que Ingres le brindase las siguientes palabras: draw lines, young man, and still more lines, both from life and from memory, and you will become a good artist. Cualquier persona en su sano juicio hubiese obedecido al maestro, de eso no hay duda. Y así nace la figura de Degas, o así me gusta creer que lo hizo. No me gusta recopilar demasiada información de aquellos artistas a los que admiro, pues temo que una indagación excesiva pueda llevar consigo la desaparición de la magia de sus obras. Es una fijación que tengo: no quieras saber más de la cuenta. Que no se caiga el mito. Degas era muy especial, desde luego, y no siempre especial con connotaciones positivas. Era un convencido misántropo, también antisemita -esto último se refleja incluso en los retratos de judíos que pintó hacia el final de su carrera-. Por lo demás, no parecía un tipo demasiado perturbado. A Degas le obsesionaban dos cosas: los caballos y las bailarinas. En un principio, uno puede pensar que son dos cosas demasiado opuestas, pero una vez profundizamos vemos que ambos tienen un punto en común de agilidad, de movimiento, de fuerza. Personalmente, me quedo con sus magníficas bailarinas de fantasmagoría, siempre danzando, siempre con la mirada perdida en un punto que no llegamos a imaginar, siempre envueltas en la suave bruma del pincel de Degas, siempre en blanco y azul. Cada día que pasa me enamoran con más intensidad estas muchachas, perdidas en la obra y en el tiempo, posiblemente objeto de culto de un artista que se ocultaba entre las sombras, por todo y por nada, porque, a su juicio, the artist must live alone, and his private life must remain unknown.
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Sky Doll

Sky Doll es el típico cómic que, a priori, parece no ofrecer nada nuevo o interesante en el mundillo. Sin embargo, desde la primera página y quizá por el cuidadísimo dibujo, Sky Doll engancha. Ubiquémonos en su contexto: tenemos un universo paralelo y absolutamente distópico, donde Ágape, la papisa que encarna el amor espiritual, ha sido "prohibida" y sus seguidores son considerados herejes. En su lugar han instituido a Ludovica o la representación de la faceta más carnal y sexual del amor, una mujer pérfida que ejerce un control total sobre los medios de comunicación y conquista a los fanáticos con "milagros" producidos por un fantástico creador de efectos especiales. En este mundo donde ya no hay ningún tipo de libertad amorosa o sexual y donde el hálito perverso de Ludovica se respira por doquier, tenemos a Noa. Noa es una Sky Doll, una "muñeca", un androide que realiza todas las funciones de un ser humano pero que no posee ningún derecho: las Sky Dolls se limitan a cumplir los deseos del estado, generalmente en forma de esclavas sexuales. Sin embargo, el azar hace que Noa escape de su penoso y pequeño mundo con Roy y Jahu, dos hombres que tienen como misión terminar con la creciente religión -no permitida por Ludovica, desde luego- del planeta Aqua. A partir de este momento, la vida de Noa y la de sus compañeros dará un giro drástico y terminarán involucrados en empresas mucho más serias y peligrosas. En el intercurso, Noa descubrirá que en su cuerpo habita algún poder completamente desconocido, lo que la hace pensar que no se trata de un simple androide. El final de Sky Doll es un misterio, aún no se ha publicado el cuarto volumen, pero hay muchos otros que, como yo, siguen intrigados por las andanzas de un trío tan peculiar y, en especial, por el misterio que se esconde detrás de la muñeca.

¿Por qué merece la pena leer Sky Doll y por qué me gustó tanto? En primer lugar, está el impecable aspecto técnico: los diálogos, el dibujo, el entintado, los personajes. Después tenemos también un centro distópico y despótico de poder y, como todos bien sabréis ya, adoro las historias que tienen como núcleo una distopía, sea del tipo que sea, en este caso sociopolítica. En Sky Doll también se hace una fuerte crítica a la religión, y no siempre velada o discreta: Ludovica resulta, desde un principio, odiosa e insultante para su sociedad, y que se prohíba el beningno culto a Ágape la convierte en un ser monstruoso. Además de todo esto y muchas más cosas, está, por supuesto, Noa. Noa es la principal razón para leer este cómic, al menos lo fue para mí, quizá porque me siento enormemente identificada con esta muchacha. Un robot, una más insertada en una masa informe que alguien se empeña en denominar sociedad. Sin embargo, ella no es una conformista, Noa quiere vivir y, sobre todo, le aterra lo que siente. Aún no sabemos cuál es su poder, su sustancia; tampoco yo sé cuál es el mío, soy toda una desconocida para mí misma, y eso mismo le ocurre a ella. Somos dos peones irrelevantes insertados en una partida de ajedrez a la que no queremos jugar, bailando en un tablero en el que realmente no deseamos estar. Aunque, bien pensado, no estamos en una sociedad tan distinta a la que refleja Sky Doll: autoritarismo, esclavos indirectos, falsos profetas, aniquilación del raciocinio. Creo que a Noa le convendría más dejar de pensar, de sentir.
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Torbellino

La vida nos depara situaciones extrañas que no podemos controlar. Porque un día dices "no", reniegas del mundo, reniegas de cada individuo del planeta, te quieres hundir en el fango más oscuro para no salir nunca, alejarte de cualquier fuente de luz, huir de todo, escapar incluso de las nubes, de las nubes y el mar, de la música, de lo que siempre has amado. Pero, de repente... parece que la estrella más grande se ha empeñado en iluminarte, aunque te quema, te desgarra la piel, hace que tu cerebro deje de funcionar correctamente -¿acaso alguna vez lo ha hecho?-, te salen alas, te duele cada músculo, cada poro quiere sangrar, porque no es lo que buscas, no es lo que quieres. Pero imaginemos que Dorita hubiese seguido el camino de baldosas amarillas sin equivocarse ni una sola vez, sin tener que acabar con la vida de la bruja, sin complicaciones, sin flores ni opio ni espantapájaros. ¿Se hubiera quejado? Desde luego que no. Sin embargo, estás yendo en contra de tus principios, de tus creencias, de tus ideas. ¿Y qué importa todo eso, al fin y al cabo? Cuando se acabe todo, cuando dejemos en el aire nuestro último aliento para que otros lo puedan sentir mientras vivan, si es que lo desean, tan sólo quedarán cenizas, polvo, una gran nada. Por qué no dejarse llevar, entonces. El camino está marcado, sólo hay que tomar ese tren, ese, no otro; el siguiente no te traerá todo lo que deseas, aunque ya incluso dudas de desearlo de veras. ¿Y por qué no? ¿Podemos retomar un sueño cuando ya lo hemos abandonado por completo? Parece que sí. Desde luego. Definitivamente, sí. Porque poco después te encuentras con una horda de violentas mariposas más abajo de la boca, y te late el corazón con la fuerza de un tornado, y te crepitan las pupilas; vuelves a amar el mar, y las nubes, y los cielos, y la lluvia. Y de repente todo se encarna en una mirada tan dulce, en un rostro concreto, en sus manos, en su tacto, en reírse porque, por una vez, tienes ganas de hacerlo. Y piensas más en los libros, en la literatura, en el amor, en cada época de la historia que tuvo algo en común con lo que ahora sientes, en Miguel Ángel, en Byron, en el arte, en el todo. En la belleza. Y piensas que sentir es horrible, una auténtica tortura, pero ya ni puedes ni quieres evitarlo, ¡quién podría renunciar a semejante dolor!, porque la línea entre tú y lo demás no está clara, porque ya ni siquiera sabes si eres tú, porque encuentras Jokers cerca de tu carné de identidad, porque una sonrisa burlona puede ser lo más significativo de una jornada, sobre todo cuando no puedes contemplarla detenidamente durante horas. Porque empieza a dolerte el corazón cada vez que tomas aire, porque se te escapan de los dedos las emociones, descontroladas, y trepan para susurrarte al oído y decirte que has cambiado, que ahora, por fin, eres tú. Tú, aunque ya no seas como antes, aunque retomes un sueño, aunque no quieras morir porque piensas que hay un motivo para aferrarse a este mundo plagado de desgracias. Porque todo llega como un jarro de agua fría, porque los Hados han decidido jugarte una "mala pasada", que es en realidad la mejor, la que te hará sonreír en sueños, cuando te sientas demasiado sola. Pienso, por una vez, que merece la pena. Merece la pena demasiado, y tengo miedo, mucho miedo, pero sé que seguir adelante será el único tren que no puedo permitirme perder. Espero que pienses lo mismo.
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K

En la dramática y absurda quietud de aquella habitación, se sintió más solo que nunca. Se preguntó si, en realidad, habría conocido otro sentimiento aparte de la imperiosa soledad. Aquello le aniquilaba por dentro, llevándose hasta el último pedazo de su cordura y su más que dañada condición emocional.

Sin pensarlo, clavó la aguja en su muslo izquierdo, varios centímetros por encima de la rodilla. Un levísimo dolor y ya había terminado. El instrumento resbaló de entre las yemas de sus dedos y fue a parar al suelo, donde el cristal se fragmentó en diminutos prismas brillantes.

Los segundos pasaron lentamente. La frontera entre lo real y lo imaginario era difusa. Su mente estaba ya destrozada y fragmentada. Cada nueva ingesta o inyección se convertía en una mano invisible, suave, colaboradora y a la par intensamente malvada, que le acercaba al ataúd que él mismo había construido.

La ketamina, poco a poco y tremendamente demoledora, desempeñando su papel mejor que nunca, penetró en su cuerpo en dulces oleadas de placer y dolor, de tortura y éxtasis. Sintió que rozaba el cielo, mas al sentir el aroma impregnado en azúcar de las nubes, descendió de golpe al subsuelo. Se vio a sí mismo caminando en la ciudad sin gente, rodeado de individuos sin rostro, pero terriblemente solo, al igual que siempre. Trenes de mercancías descarrilaban por doquier, trazando una línea sinuosa de desastre. Todo olía a humo y a desgracia. De pronto, notó la humedad de la selva. Oyó rugidos, y tristes suspiros se escapaban de bocas rebosantes de fragilidad que se derretían bajo el calor enfermizo que lo dominaba todo.

Aspiró una bocanada de fuego. Notó escamas en su piel e intentó contemplarse, pero todo lo que pudo percibir fueron aguas pantanosas. Burbujas que explotaban. El titilar de una estrella. Fuegos fatuos. La conexión con la realidad era tan frágil, un mero hilo de seda tejido por arañas, que poco tardó en destruirse de una vez por todas, y ya para siempre.

Cuando se vio atacado por androides con rostro de chacal, un espasmo le hizo caer e iniciar una lucha feroz y bestial contra todos los objetos que encontraba en su camino.


Anestesia disociativa.
Aneurisma.
Falta de torrente sanguíneo en el cerebro.

Qué importan las razones, qué importa lo que puedan decir los expertos. Morir entre madera, sangre y diminutos prismas de colores fue el clímax de su trayectoria vital. En el fondo, nadie sabía cómo se sentía en aquel instante de plenitud lamentable. Sólo sé que alcancé a ver una sonrisa en la comisura de sus labios del color de las cenizas.
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Eso es todo por hoy, y es muy cierto. El dibujo es de mi sudadera de Jim Avignon.