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Braindead

Hablemos de Braindead, una película que lleva como parte del título la ilustrativa sentencia Tu madre se ha comido a mi perro. Y por una vez, ¡sí!, tomémonoslo como algo literal.

Este filme fue dirigido a principios de los 90 por Peter Jackson: sí, este individuo gordo y archiconocido por sus adaptaciones de El señor de los anillos, se dedicaba hace un par de décadas a rodar atrocidades de bajo presupuesto con un amplísimo abanico del más grotesco gore, dando lugar a pequeñas joyitas del cine como Bad Taste, del estilo de la que estamos tratando. Así pues, en esta época Nueva Zelanda dio a luz a unas cuantas simpáticas producciones protagonizadas por un pequeño elenco de actores desconocidos. Fabuloso, no hay duda.

Bien. Comencemos con Braindead. El comienzo lo tenemos en una mordedura de una rata de Sumatra: aquí tenemos la clave de una serie de infecciones que derivan en unos muertos vivientes que se alimentan, como no podría ser de otra forma, de carne humana. Esto debemos aliñarlo con una inverosímil historia de amor entre el hijo de la primera infectada, un calzonazos al que compadecemos desde un primer momento, y una muchacha hispana a cargo de una tienda con una abuela un tanto supersticiosa, capaz de predecir la cercanía del mal.

Con esta línea argumental hacen su entrada toda una serie de situaciones con un alto contenido en vísceras desparramadas y demás violencia gratuita, que provocan en el espectador el desternille inmediato: la famosa hilaridad del gore.

A pesar de lo simples que puedan parecer los postulados principales de esta peli, tenemos una serie de escenas que, además de acentuar la carga dramática, proporcionan al mismo tiempo aún más risa: la metáfora de la vuelta al útero materno con la monstruosa transformación final, la escena de la masacre con el cortacésped, las dulces natillas con orejas en lugar de galletas María...

En resumen, una película "para toda la familia" (entended el entrecomillado, el gore no es del gusto de todos ni recomendado para los más pequeños), desternillante, improbable, grotesca y, en definitiva fabulosa. Hasta el momento no había logrado visualizarla entera por determinadas interrupciones, pero ha merecido la pena intentarlo una vez más. Genial, de verdad.

¿Mi nota? Un 9. Qué menos para Braindead.
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El señor Hennebeau, que precisamente volvía a esa hora montado en su yegua, prestaba oído a aquellos ruidos imprecisos. Se había cruzado con algunas parejas, todo un lento desfile de paseantes en aquella hermosa noche de invierno. Y enamorados que, besándose, iban en busca de su placer detrás de las tapias. ¿No se trataba de encuentros habituales, de muchachas revolcadas en el fondo de cada zanja, de pícaros atiborrándose con la única alegría que no costaba nada? Y aquellos imbéciles se quejaban encima de la vida, cuando se daban panzadas de la felicidad única, la de amarse. De buen grado habría reventado de hambre como ellos si hubiera podido reiniciar la vida con una mujer que se entregara a él sobre las piedras, con toda su fuerza y todo su corazón. Su desgracia no tenía consuelo, envidiaba a aquellos miserables. Con la cabeza baja, regresaba al paso lento de su cabalgadura, desesperado por aquellos largos ruidos, perdidos en el fondo de la negra campiña, donde sólo oía besos.

Germinal, Émile Zola
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Él

A él le gusta el color morado. También le gusta la vainilla y las cosas suaves, blanditas y esponjosas.

Él no es una persona sencilla en absoluto. No es sencilla de ninguna de las formas en que podamos pensarlo. Más bien al contrario: es un verdadero puzzle humano. Tenemos una enorme caja. Vaciémosla. Un montón de diminutas piezas multicolor inunda nuestro cuarto: ni siquiera sabemos por dónde empezar. Ese puzzle es él, con sus complejidades y paradojas, con sus dudas y misterios, con sus cambios y ángulos variables.

Es una visión hermosa, desde luego. Aun desmontado, el puzzle no deja de ser una bellísima estampa. Tenemos una estancia decorada por un hermoso arco iris de caos. Sin embargo... un puzzle descompuesto puede llegar a ser algo confuso, desasosegante. Comenzamos a buscar las piezas planas, a perfilar los bordes, a reunir piezas de una misma gama cromática. Pero, ¡alto!, nada es tan simple. Cuando completamos un borde, nos sobran piezas. Debemos comprobar, de nuevo, que todo encaja de forma correcta.

Y así, poco a poco, despacito, el puzzle va tomando forma. Sin embargo, las piezas son infinitas: el tamaño del puzzle aumenta bajo nuestra atenta mirada. Es lógico, en momentos así, sentir frustración, sentir ganas de dejar de lado el puzzle que tanto tiempo nos ha llevado construir. Sin embargo... mi intención no es ceder ante la adversidad. Son muchos meses los que he invertido en este hermoso puzzle y son muchos más los que me quedan por delante para seguir con ello. No cesaré hasta verlo completado, en toda su magnificencia, aunque para ello tenga que dedicarle cada pequeño instante de mi vida. Quizá en mi último día el puzzle siga sin hacer, con pequeños fragmentos desmontados aquí y allá, pero no importa. Sé que el resto, las partes lisas y brillantes, serán el fruto del esfuerzo de una vida entera. Y, lo que es más importante... sé que habré estado ahí. Sobre el puzzle. Acariciándolo, tocándolo, sintiéndolo; habré estado en su interior. Y ahí, amigos, os puedo asegurar que todo era suave, impregnado en un sutil olor a vainilla.
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Germinal

Como bien podeis ver en la barra que hay a vuestra derecha, una de mis lecturas actuales es Germinal, una novela escrita por Èmile Zola a finales del siglo XIX. Hace ya mucho tiempo que deseaba tener este volumen entre mis manos, pero varias cosas me frenaban: la falta de suficiente tiempo libre para enfrentarme a una lectura larga, densa y con un buen contenido y, especialmente, la imposibilidad de encontrarlo en mi lengua natal en bibliotecas.

Sin embargo, dos sucesos prácticamente aparejados han permitido que llegase Germinal a mi vida: las vacaciones de verano y el consiguiente exceso de tiempo libre y la apertura -¡al fin, tras un año!- de la biblioteca de mi ciudad. Aunque mi ejemplar de esta novela está ciertamente ajado y desprende un suave olor a humedad, aunque la letra sea diminuta y alargada, aunque tan sólo haya leído 80 páginas... he de decir que me gusta y, por el momento, Zola no me está decepcionando. Odio esos momentos en que una ansiadísima lectura nos decepciona desde la primera página. Confío en que, a lo largo de esta historia tan comprometida, no me encuentre con la decepción por ninguna parte, tan sólo con una maravillosa pieza literaria.
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El amor por la fuerza nada vale, la fuerza sin amor es energía gastada en vano.

Einstein, Albert
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Sobreviviendo en un holocausto zombi

¿En algún momento os habéis preguntado cuánto duraría vuestro carnoso cuerpecito en un apocalipsis zombi? Pues ahora podéis comprobarlo en http://www.survivetheoutbreak.com/, una película interactiva al más puro estilo Elige tu propia aventura. Observa tu situación, decide y elige la opción correcta.

¿Cuántos asaltos habéis durado? A fin de cuentas, todos terminaríamos siendo sabrosos amasijos de carne putrefacta...