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Mystifying eyes



Poco después de habernos conocido, la persona a la que amo me dijo que tenía "una extraña obsesión con los ojos verdes". Supongo, entonces, que es una suerte que los míos tengan ese color, entremezclado con pequeñas vetas grises y azuladas. Ojos verdes. Como el título de la obra del maestro Bécquer. Tengo entendido que, desde un punto de vista genético, el verde no es más que una mutación, una combinación incompleta o irregular entre el azul y el pardo. A mí me gusta. No tengo problema en reconocer que hay algo en mí de mutante -y posiblemente no sean sólo los ojos-.

Para aquellos a quienes os guste Black Sabbath, seguramente recordaréis esos mystifying eyes a los que Ozzy dedicaba sus versos. Si tuviera que utilizar una imagen para describir ese mystifying, sería la que tenéis encima de este texto. Quizá Bécquer no se enamoraría de ellos, pero conozco a alguien que sí lo ha hecho. Mis ojos. Verdes. Mystifying.
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Del rosa al azul

Los círculos cromáticos me apasionan desde que rellené el primero personalmente, con acuarelas, hace ya más de diez años. El color es un fenómeno decididamente increíble. Yo no sé nada de ciencia, ni de óptica; no sé cómo funcionan los fenómenos lumínicos ni la descomposición en espectros maravillosos para el ojo humano. Bueno, a decir verdad sé un poquito sobre todo esto, pero lo justo y necesario como para que no pierda el misterio. No sé si recordáis mi entrada sobre las obras de Degas: no quieras saber tanto como para que el mito amenace con caerse. Por esto, prefiero considerarme una simple observadora y, ante todo, admiradora de los colores en todas sus manifestaciones.

Por ahí se habla mucho últimamente sobre la "colorterapia". Tampoco sé muy bien en qué consiste ni a qué fin quieren llevar este término -ya veis, no soy más que una pobre ignorante-, lo que tengo claro es que los colores ejercen algún tipo de influjo en la mente y, por ende, en el cuerpo. Quizá os habréis dado cuenta de que, dependiendo de vuestro estado anímico, os vestís de un modo u otro por las mañanas. Y los colores de la ropa pueden decir muchísimo de quien la lleva, sobre todo si establecemos unos ciertos parámetros de su estilo habitual y cómo sufre ciertas variaciones a lo largo de los días. También es cierto que algunos colores han sido "crucificados" con unas ciertas connotaciones complicadas de eliminar: el rojo pasión, el verde esperanza...

Quizá os habréis preguntado la finalidad del título de esta entrada. Del rosa al azul. Pues bien, siempre me he considerado una gran fan del color rosa: para la ropa, para los complementos y accesorios, para cualquier instrumento que necesite en el dia a día (un monedero, un bolígrafo)... El rosa siempre me ha definido muy bien: divertido, de alguna manera femenino y cándido, siempre dulce, agradable a la vista. No es un color que provoque pasión ni agresividad, tampoco es especialmente relajante. Es un buen color. Sin embargo... mis circunstancias personales, que se han visto recientemente alteradas y se encuentran ahora en un estado entre semicaótico y absolutamente inmejorable, hacen que me sienta más azul que nunca. Azul eléctrico. Me descubro a mí misma mirando ropa tan sólo de este color, observando peces con aletas azules. Azul, azul, azul. Está en todas partes, ejerce un influjo increíble sobre mí. Allí donde hay azul se perderán mis pupilas. No sé qué simboliza el azul. Yo sé que he dejado de lado el candor y la tranquilidad del rosa para pasarme a las delicias de este otro color. De repente y sin saber por qué -es decir, sabiéndolo muy bien... pero con pocas ganas de explicarlo de forma extensa- me veo mucho más adulta, más sosegada, más tranquila. Ya no soy una niña rosa. No soy algodón de azúcar. Soy más bien el cielo en un día de tormenta, las últimas luces de la tarde, un lago. El cristal reverberando un susurro. Haces de luz que se despliegan de un arcoiris. Soy la tinta de un bolígrafo que se empaña en lágrimas. Soy hielo. Pero, por encima de todo esto, soy el mar. El mar en calma. El mar al anochecer, embistiendo suavemente la arena, las rocas. El océano, su calma, su ternura envolvente. La madre de todas las madres. El mar, la paz, el oxígeno. No podría ser de otra forma. Tarde o temprano, yo debía mudarme al azul. Espero que para siempre.
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Fragmentos II

Entonces se cargaba de argumentos, de razones, se armaba por dentro, se decidía, decidía que esa vez sería distinta y pasaba lo mismo de siempre. Paco Molinero le gustaba mucho vestido. Paco Molinero le gustaba mucho desnudo. Y hasta ahí. Sólo hasta ahí, porque cuando él la tocaba, Raquel sentía algo mucho peor que nada. Sentía que él estaba tocando a otra, que no era ella la mujer que le besaba, que le abrazaba, que se debaja arrastrar hasta la cama, tan lejos se encontraba de su propio cuerpo. Y luego era peor. Luego, después de desesperarse por haber sido incapaz de estar concentrada en lo que había hecho, le miraba, y le veía sonreír, y se dejaba besar, abrazar, y comprendía que él no se había dado cuenta de nada, que no se estaba dando cuenta de nada, y cada vez la frustración era mayor, eran mayores la culpa y la tristeza, y por encima de ellas crecía el enigma del sexo imposible, injusto, odioso y absurdo, pero sobre todo imposible.

El corazón helado, Almudena Grandes.

De nuevo, Almudena Grandes. Esta mujer se está convirtiendo casi en una droga y El corazón helado en un libro fetiche, siempre recurrente cuando necesito saber que incluso un personaje de tinta y papel puede sufrir, al igual que yo, al igual que todos. Debería ser una historia de lectura obligada para cualquiera, un imprescindible en vuestras bibliotecas. La forma en que Grandes trata las pasiones humanas es increíble, y te descubres repasando pasajes que se parecen sospechosamente a la situación que ahora mismo estás viviendo. Hay momentos en los que incluso asusta la forma en que es capaz de penetrar en la mente y plasmar sus vicisitudes con tanta fidelidad.
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Helena




Her beauty so illogical
The beast come gliding in
Hideous chameleon stripped down to her skin
Dance to the burning flame
Pleasure exhumes the pain
The night bursts into flames
Dance, Helena, dance.
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Inventario de lugares...

Como es habitual en mí últimamente, he estado revisando antiguos escritos. Me gustan especialmente los que me "obligaban" a desarrollar para la parte de creatividad de la asignatura de redacción y composición. Francamente, durante este curso fue lo único que me motivó para escribir algo, y pocas veces logré algo decente. Este pequeño escrito tenía que ser una imitación de "Inventario de lugares propicios al amor", del grandioso ángel González.

Un sitio donde nadie te mire,
Donde la chimenea te dé cobijo
Y tengas cerca una bandeja de dulces.
Los parques son dudosos:
Por sus ancianos, sus niños gritando,
Las abuelas que han de juzgarte
Si ven una mano donde no debe estar
O un beso de más de tres segundos.
La calle cuelga un cartel de “peligro”
Para los más pasionales enamorados:
Coches, ruido y, sobre todo, gente.
El amor es cosa de dos.
El frío contribuye al acercamiento,
Así que reza para que nieve
(y alguien te invite a chocolate caliente).
El alcohol, a veces amigo,
Es sin embargo engañoso:
No conviene confundir a la pareja con otra persona.
Quizá el amor te pida un cine:
Calor, abrazos y palomitas.
El cine de terror es sin duda amigo del amor:
Van de la mano en abrazos-refugio.
“Prohibido pasar a enamorados”,
rezan las iglesias...
Pues quizá a los que dicen ser más puros
Les ofenda el más puro de los sentimientos.
Aunque no encuentres el lugar idóneo,
No dejes de amar. Merece la pena.


Estas líneas datan del 31 de marzo. Y, al igual que cuando regreso a las historias de ángeles caídos y siento que estoy viviendo la mía propia, este último verso me ha caído encima como una tormenta. "Merece la pena". Parece ser que tengo algo de vidente, de adivina o quizá sólo es que tenga percepciones ultrasensoriales intensas combinadas a futuras corazonadas. Quién sabe. El caso es que no me equivocaba, nunca lo he hecho: el merece la pena es todo lo que tiene lógica a estas alturas. Ya veis. La lógica escasea, por mucho que te empeñes: no se encuentra en todas partes. Lucifer no lo sabe todo, no a día de hoy, y esto nos deja a los mortales oportunidades estupendas. Como, por ejemplo, la de enamorarse. Incluso cuando no quieres. Incluso cuando no debes. Lucifer, dale besos a este corazón de Casandra. ¡Merece la pena!
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En el carrusel


Siempre me han fascinado estos artilugios de feria llenos de vida y colorido. En realidad no sé muy bien qué nombre reciben: merry-go-round, carrusel... pero estoy segura de que todos sabéis que me refiero a esos circuitos cerrados donde un montón de alegres caballos dan vueltas y vueltas, siempre en la misma dirección, sin detenerse un instante.

Me es imposible expresar cuánta melancolía pueden transmitirme esos caballos. Sus alegres colores no consiguen disimular un rostro taciturno, una expresión de hastío; los caballos se han cansado de girar en ese pequeño recorrido sin retorno, se han agotado de escuchar los gritos de los niños, les angustia que cada día unas manos distintas les acaricien las crines. Las luces y la música sólo consiguen avivar su soledad.

Creo que, en el fondo, los carruseles no son más que un intento de alegorizar la vida de una manera alegre. Cabe decir que, al menos desde mi punto de vista, el objetivo no se ha cumplido ni remotamente. Últimamente he estado buscando cientos de fotos de carruseles -en ciertos temas me vuelvo absolutamente obsesiva, lo sé- y todas ellas logran encogerme el corazón. Ninguna de las fotos es capaz de transmitirme un sentimiento alegre, sólo tristeza y, muy especialmente, soledad. Nuestras vidas son carruseles, rodeados de cosas hermosas que jamás alcanzaremos, somos tristes caballos de colores dando vueltas una y otra vez en la misma dirección. No importa que en un instante tu mirada capture algo que deseas, no podrás detenerte, en la próxima vuelta lo habrás perdido.