Los círculos cromáticos me apasionan desde que rellené el primero personalmente, con acuarelas, hace ya más de diez años. El color es un fenómeno decididamente increíble. Yo no sé nada de ciencia, ni de óptica; no sé cómo funcionan los fenómenos lumínicos ni la descomposición en espectros maravillosos para el ojo humano. Bueno, a decir verdad sé un poquito sobre todo esto, pero lo justo y necesario como para que no pierda el misterio. No sé si recordáis mi entrada sobre las obras de Degas: no quieras saber tanto como para que el mito amenace con caerse. Por esto, prefiero considerarme una simple observadora y, ante todo, admiradora de los colores en todas sus manifestaciones.
Por ahí se habla mucho últimamente sobre la "colorterapia". Tampoco sé muy bien en qué consiste ni a qué fin quieren llevar este término -ya veis, no soy más que una pobre ignorante-, lo que tengo claro es que los colores ejercen algún tipo de influjo en la mente y, por ende, en el cuerpo. Quizá os habréis dado cuenta de que, dependiendo de vuestro estado anímico, os vestís de un modo u otro por las mañanas. Y los colores de la ropa pueden decir muchísimo de quien la lleva, sobre todo si establecemos unos ciertos parámetros de su estilo habitual y cómo sufre ciertas variaciones a lo largo de los días. También es cierto que algunos colores han sido "crucificados" con unas ciertas connotaciones complicadas de eliminar: el rojo pasión, el verde esperanza...
Quizá os habréis preguntado la finalidad del título de esta entrada. Del rosa al azul. Pues bien, siempre me he considerado una gran fan del color rosa: para la ropa, para los complementos y accesorios, para cualquier instrumento que necesite en el dia a día (un monedero, un bolígrafo)... El rosa siempre me ha definido muy bien: divertido, de alguna manera femenino y cándido, siempre dulce, agradable a la vista. No es un color que provoque pasión ni agresividad, tampoco es especialmente relajante. Es un buen color. Sin embargo... mis circunstancias personales, que se han visto recientemente alteradas y se encuentran ahora en un estado entre semicaótico y absolutamente inmejorable, hacen que me sienta más azul que nunca. Azul eléctrico. Me descubro a mí misma mirando ropa tan sólo de este color, observando peces con aletas azules. Azul, azul, azul. Está en todas partes, ejerce un influjo increíble sobre mí. Allí donde hay azul se perderán mis pupilas. No sé qué simboliza el azul. Yo sé que he dejado de lado el candor y la tranquilidad del rosa para pasarme a las delicias de este otro color. De repente y sin saber por qué -es decir, sabiéndolo muy bien... pero con pocas ganas de explicarlo de forma extensa- me veo mucho más adulta, más sosegada, más tranquila. Ya no soy una niña rosa. No soy algodón de azúcar. Soy más bien el cielo en un día de tormenta, las últimas luces de la tarde, un lago. El cristal reverberando un susurro. Haces de luz que se despliegan de un arcoiris. Soy la tinta de un bolígrafo que se empaña en lágrimas. Soy hielo. Pero, por encima de todo esto, soy el mar. El mar en calma. El mar al anochecer, embistiendo suavemente la arena, las rocas. El océano, su calma, su ternura envolvente. La madre de todas las madres. El mar, la paz, el oxígeno. No podría ser de otra forma. Tarde o temprano, yo debía mudarme al azul. Espero que para siempre.
Por ahí se habla mucho últimamente sobre la "colorterapia". Tampoco sé muy bien en qué consiste ni a qué fin quieren llevar este término -ya veis, no soy más que una pobre ignorante-, lo que tengo claro es que los colores ejercen algún tipo de influjo en la mente y, por ende, en el cuerpo. Quizá os habréis dado cuenta de que, dependiendo de vuestro estado anímico, os vestís de un modo u otro por las mañanas. Y los colores de la ropa pueden decir muchísimo de quien la lleva, sobre todo si establecemos unos ciertos parámetros de su estilo habitual y cómo sufre ciertas variaciones a lo largo de los días. También es cierto que algunos colores han sido "crucificados" con unas ciertas connotaciones complicadas de eliminar: el rojo pasión, el verde esperanza...
Quizá os habréis preguntado la finalidad del título de esta entrada. Del rosa al azul. Pues bien, siempre me he considerado una gran fan del color rosa: para la ropa, para los complementos y accesorios, para cualquier instrumento que necesite en el dia a día (un monedero, un bolígrafo)... El rosa siempre me ha definido muy bien: divertido, de alguna manera femenino y cándido, siempre dulce, agradable a la vista. No es un color que provoque pasión ni agresividad, tampoco es especialmente relajante. Es un buen color. Sin embargo... mis circunstancias personales, que se han visto recientemente alteradas y se encuentran ahora en un estado entre semicaótico y absolutamente inmejorable, hacen que me sienta más azul que nunca. Azul eléctrico. Me descubro a mí misma mirando ropa tan sólo de este color, observando peces con aletas azules. Azul, azul, azul. Está en todas partes, ejerce un influjo increíble sobre mí. Allí donde hay azul se perderán mis pupilas. No sé qué simboliza el azul. Yo sé que he dejado de lado el candor y la tranquilidad del rosa para pasarme a las delicias de este otro color. De repente y sin saber por qué -es decir, sabiéndolo muy bien... pero con pocas ganas de explicarlo de forma extensa- me veo mucho más adulta, más sosegada, más tranquila. Ya no soy una niña rosa. No soy algodón de azúcar. Soy más bien el cielo en un día de tormenta, las últimas luces de la tarde, un lago. El cristal reverberando un susurro. Haces de luz que se despliegan de un arcoiris. Soy la tinta de un bolígrafo que se empaña en lágrimas. Soy hielo. Pero, por encima de todo esto, soy el mar. El mar en calma. El mar al anochecer, embistiendo suavemente la arena, las rocas. El océano, su calma, su ternura envolvente. La madre de todas las madres. El mar, la paz, el oxígeno. No podría ser de otra forma. Tarde o temprano, yo debía mudarme al azul. Espero que para siempre.
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