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MJ (VI)

I like watchin' the puddles gather rain

Canta muy despacio. Paladea sus sílabas, y sé que lo escribió hace décadas tan sólo para mí. Pienso en cartas que prendieron en el fuego, en respiraciones que dolían detrás del corazón, en bailar muy lentamente al son de esos versos. Hoy no deseo otra cosa. Moverme al compás de aquella melodía que nació mucho antes que yo.

Abre la puerta. Extiende la alfombra. Ofréceme un narciso, una azucena, un nomeolvides. Rema conmigo bajo un sauce llorón. Escuchemos el diálogo de las hierbas. Y cuando quiera mirar arriba y recordar formas que, en las nubes, se han ido para siempre, desperézate conmigo y sostén mi cintura: no me dejes regresar. Ancla mis piernas a la tierra. Acércame al mar y permíteme perderme entre sus suspiros salados. Que me lleven las olas. Que el plenilunio me sorprenda nadando desnuda.

Enciende una llama en la nieve. Busca un sendero salpicado de hielo. Deposita tus armas, sigue las luces del norte, la brisa amoratada, la marea de plata y luz. Asciende con la serenidad del humo. Que te empape la lluvia.
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Engranajes y aciertos

Me pierdo en ensoñaciones en las que palpito en esas venas de nieve, muy dentro, sellando cada poro, cauterizando las heridas. No veo sombras. Sólo veo la curva de unos labios que algún día reescribirán la historia, que vibrarán en mi piel como agujas trazando un dragón. Nacen tres soles. El primero es una manzana de caramelo: carmesí, húmeda, que me trae un recuerdo de infancia y una tentación que no debe prohibirse. Los otros dos... los otros son ventanales sellados con laca del color de las esmeraldas, reflejan su luz en un prisma de infinitos vértices; me llevan al pasado y lo recorren conmigo, se llevan mis lágrimas, me enseñan un futuro en que sólo existe el olor a mar que tanto extraño. Aletean mariposas entre las olas, recorro tus huellas en la arena y desearía estar entre las yemas de tus dedos, que te llevases cada gota de sal, cada grano de arena. Construye un reloj de sol para los dos. Un reloj sin mecanismo, sin ruedas, sin engranajes. Un reloj sin mecanismo para que el tiempo no se escape, para que cada amanecer me sorprenda desnuda contemplando a esos surcos de marfil convocar llamas de color púrpura, para poder consumirme en esa hoguera cada anochecer. Miro atrás y alzo mi copa. Brindo por todo, por lo que no existe, por lo que pervive, y sobre todo por aquellas gotas de rocío que nos salpicaron cuando pensamos que, en realidad, ni lo demás ni nosotros importábamos. Por las veces que hemos errado. Por todas las que acertamos.
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Pasado

Y ayer... ¿qué voy a hacerle si ayer era ayer?

Puedes permitirte ser un insecto durante un rato y escarbar en la basura, ¿quién te impide regocijarte con el pasado, con las esquinas más tristes, con el llanto de las estrellas? Hazlo, recuérdalo, revívelo. Que vuevan a pasearse mil arañas por tus muslos y que las luces se apaguen bajo los escombros. Vuelve a la sombra de cada árbol y olfatea el mar desde el sótano, donde nadie te vea, donde todo sea húmedo.

Y después, sólo después, piensa en la manera en que te devolvieron a la vida. De la mano, no siempre con dulzura, pero siempre con una sonrisa. No puedo decir que hayas dejado caer las riendas, no lo has hecho. Estás bajo cada estrella que gime de dolor, bajo cada sombra en el cementerio, bajo la pútrida arena del infierno. Tu marea de azul y estío penetra en cada grieta con parsimonia, no se detiene, aunque avanza despacio.

Devora las estrellas. Desgarra las sombras. Congela la arena.