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El álbum de los exámenes

Siempre he tenido una curiosa obsesión por poner banda sonora a determinados momentos de mi vida. Por eso hay canciones o discos que me recuerdan a un determinado momento o situación, melodías que me acercan a ciertas personas, acordes que me hacen volver a lugares donde he estado antes. Recuerdos, recuerdos, recuerdos. Y música, siempre acompañándolos. La mayor parte de las veces también hay olores; en ocasiones sabores y texturas. Así pues, tengo un álbum mental con todo tipo de recuerdos empapados en los cinco sentidos. Es bonito pasearse por esas páginas de mi memoria.

Si tuviese que elegir la música que acompaña a los exámenes de este cuarto curso de filología hispánica, no tendría dudas. Es el American Psycho, de 1997, el primer álbum de los Misfits al que prestó su voz el genial Michale Graves. ¿Y por qué este y no otro? Simple. Me gusta ir a los exámenes en coche, me gusta conducir sola, bajo el sol, mientras canto a voces estas canciones y el resto de conductores que vean un atisbo de esta situación se pregunten si estoy loca o si hablo con alguien por el manos libres. Me gusta esta punkarrada porque es sencilla de escuchar, porque me tranquiliza, porque son ritmos conocidos que puedo tararear y en los que me entremezclo mientras sujeto en volante. Me gustan los Misfits porque siempre tienen una canción que encaja con una determinada situación. Me gusta escuchar este álbum dos veces: cuando voy al examen y cuando vuelvo. Lo vivo de una forma diferente cada vez. Y eso es lo importante, ¿verdad? Que la música cobre sentido, que te haga vibrar sin importar que escuches por enésima vez esa canción en el mismo día, que cumplas con tus obligaciones con una sonrisa y una melodía pendida de los labios.
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Besa el aura que gime blandamente
las leves ondas que jugando riza;
el sol besa a la nube en occidente
y de púrpura y oro la matiza;
la llama en derredor del tronco ardiente
por besar a otra llama se desliza;
y hasta el sauce, inclinándose a su peso,
al río que le besa, vuelve un beso.

Gustavo Adolfo Bécquer
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Rocky Horror Picture Show

Siento la necesidad de volver a cantar a coro los desvaríos de Frankie y Riff Raff, deseo emular una vez más a Magenta en cabello y maquillaje, menear la cadera como Eddie, ser Rocky por una vez.

En los momentos más duros, aquellos en que tuve que vivir en otra nación sin más ayuda que mi propio pensamiento o soportar un mes completo de ausencia absoluta, lo que mantuvo íntegra mi cordura fueron este tipo de recuerdos. Los recuerdos, sí, aquellos que me hacían tener la certeza de que todo era maravilloso y que, aunque el presente me atrapase como el pegajoso calor de la época estival, el futuro podría llegar a ser glorioso con momentos tan buenos como este. E incluso mejores.

No me equivoqué, en ningún momento lo hice. El futuro me ha demostrado, lo hace cada día, que si el pasado fue brillante comenzando en el verano pasado, el hoy es millones de veces mejor. Con mariposas. Con poesía. Con lluvia y parque. Y, por supuesto, con Nuestra típica ambigüedad... y tacones. Cómo no.

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En un día el sol alumbra
y falta; en un día se trueca
un reino todo; en un día
es edificio una peña;
en un día una batalla
pérdida y vitoria ostenta;
en un día tiene el mar
tranquilidad y tormenta;
en un día nace un hombre
y muere; luego pudiera
en un día ver mi amor
sombra y luz, como planeta;
pena y dicha, como imperio;
gente y brutos, como selva;
paz e inquietud, como mar,
triunfo y ruina, como guerra;
vida y muerte, como dueño
de sentidos y potencias.
Y habiendo tenido edad
en un día su violencia
de hacerme tan desdichado,
¿por qué, por qué no pudiera
tener edad en un día
de hacerme dichoso? ¿Es fuerza
que se engendren más despacio
las glorias que las ofensas?

El alcalde de Zalamea - Calderón de la Barca
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La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que mi alma al oírte
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan lato,
tan extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa ni
lo que ocurre.

Miguel Hernández
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Retazos de la mente de Dalí


Si desde la mente de un genio absoluto nos llegan estas imágenes y conceptos sobr el amor, ¿qué queda para el resto de los mortales? Nada. Conformarse con el idilio de la seducción, el portento del pecado, el poder de la ilusión. Del amor sólo podrán tener migajas, los reflejos opacos que reciban desde lo más alto. La altura de este sentimiento queda reservada para los valientes, los atrevidos, los fuertes, los constantes. Los que estén dispuestos a que su día a día sea una lucha continua. Sólo el más fuerte guerrero, el que saque brillo a su armadura y elija caminos de nieve, podrá optar a sentir lo que Dalí sintio. El amor como sentimiento más fuerte, más enaltecedor, quizá más contradictorio y a la par más satisfactorio.

El amor, ese gran desconocido para casi todos.
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Fartones

Abogo por la idea de poder, siempre que queramos, poder disponer de hasta 25 bolas de helado de vainilla. Defiendo los pequeños granitos debajo de los ojos por comer algo indebido. Protesto cuando nos retiran la bebida antes de tiempo. Propongo la libertad de elegir el wasabi en mi ración de sushi. Adoro comer y, muy especialmente, cuando la compañía es grata y amena. Cuando comer se convierte en un placer. Cuando el helado se transforma en reto y el cerdo en maravilla.


Unos 335 días después, quién sabe cuántas farturas enormérrimas acumulamos en nuestras espaldas. Cocacolas compartidas. Chocolate derretido. Experimentos culinarios. Tartas frustradas. Pizzas, simplemente pizzas. Esas deliciosas croquetas. Empanadillas mutantes.

Y nada tendría gracia ni sería placentero, la verdad, si no estuvieras a mi lado...
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Baco

Los diminutos cristales de azúcar se deshacían lentamente en la frialdad del agua, volviendo mi bebida opalescente, tornasolada, magnífica y deliciosa. Aquello era, en verdad, un maelstrom en miniatura, místico y poderoso como sólo la absenta podía serlo. Retiré la pequeña y elegante cucharilla perforada, tomé el vaso de fino cristal y lenta, muy lentamente, aproximé aquel líquido esmeralda a mis labios. Su olor excitó mis sentidos. Noté cómo la piel de mis brazos se tensaba por momentos, y un escalofrío de placer me recorrió el cuerpo.

Su dulzura anisada llegó a mi paladar acompañada de una ola de placer casi orgásmico. Se deslizó por mi garganta, acariciándome lujuriosamente, adormeciendo mis células. La magia del hada verde vuelve de nuevo a mí, su furia golpea con fuerza mi corazón, en suaves arrebatos de alcohol. Me siento puro, resplandeciente. Soy un individuo nuevo y limpio, ningún sentimiento malicioso podrá hacerse un hueco en mi alma mientras la bestia de color esmeralda siga en mí.

Patricia C. L. 2007.


Algún día trataré de dar forma a este comienzo y, quizá, darle también un final.
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Pollos de colores

Pobres bichillos.