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Que si la noche se estaba encuerando no fue para verme
Lo que quería es cincuenta y la cama ¿con quién?, daba igual
Con troncos viejos que con calaveras, que esconden los dientes
Con dedos largos que nadie les queda para señalar
Con los muñones que escriben derecho en renglones torcidos
Con el olvido que siempre se acuerda de resucitar,
Con los relojes que me echan las cuentas y no han entendido
Que no me he rendido, quise fracasar.
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¡Adelante!

El desvanecimiento de los Ideales es triste prueba de la derrota del esfuerzo humano.

Alfred North Whitehead
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Transición

Fe

Es infinitamente mas bello dejarse engañar diez veces que perder una vez la fe en la Humanidad.

Heinz Zschokke
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Karen: Would you wait around to find out if it's just a necklace, or if it's sex and a necklace, or if, worst of all, it's a necklace and love? Would you stay, knowing life would always be a little bit worse? Or would you cut and run?
Harry: Oh, God. I am so in the wrong. The classic fool!
Karen: Yes, but you've also made a fool out of me, and you've made the life I lead foolish, too!

Diálogo de Love Actually.
Creo que la pequeña carpa dejará de luchar por su libertad. Hoy sólo quiero volver a aquella identidad con la que empecé el blog. Lady Escombros.
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Latido jondo

Que la madrugada sólo se dedique a pudrir tendederos,
que la hagan morir resaca y luceros,
por sus tuberías corren poesías de lo que más quiero
y lo quiero perder...no quiero querer.
Latido jondo es lo que quiere tener
mi cama que no tiene sueño,
un ruido sordo, potro de rabia y miel
de la piel hacia dentro,
latido jondo, más hondo que un mar de hiel
amargo del fondo hasta el techo,
ratas a bordo y tira millas
que en la orilla nadie nos puede ver.

Hoy he recordado por qué me gustaban tanto Marea. Me debato entre mis dos hipótesis más fuertes: la primera, por lo fuerte que me hacían. La segunda, porque sus letras me volvían frágil como el cristal.
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Jineteras

Que en Cuba se le llama jinetera a la mujer (generalmente de edades que oscilan entre los trece y los treinta años) que vende su cuerpo al turista a cambio de algún beneficio. Es una versión tropical, caribeña y cubana de la prostituta de otros países. La palabra proviene de la inventiva natural del cubano y su sentido del humor: durante las guerras de liberación contra el dominio colonial español, los independentistas cubanos (mambises) se lanzaban contra los batallones de soldados españoles en ataques de caballería para ganar la batalla a filo de machete; en la Cuba actual, las mujeres se lanzan contra los turistas (al principio España tuvo un predominio absoluto en el envío de turismo a nuestra isla) para ganarse la vida con sus antiquísimas artes del placer, tan eficaces para la victoria como el filo de cualquier machete mambí.

Amir Valle, Jineteras (2006)


En Inglaterra, dos de las cinco asignaturas que curso se centran en la literatura del Caribe. Estoy aprendiendo mucho, demasiado, sobre todas las circunstancias políticas, sociales y económicas en países como Cuba o Puerto Rico, no sólo literatura. Y digo demasiado porque... cuanto más aprendo, más odio me entra hacia los colonizadores. Y los colonizadores de prácticamente toda latinoamérica, para desgracia de toda la población española, fuimos nosotros. Colonización. Qué horrible palabra, qué grotesco significado. Qué destrucción de culturas, de costumbres, de tradiciones, del arte, de las mentes. Llegamos para eviscerar todo aquello propio de las gentes que quisimos hacer nuestras a la fuerza. Siempre a la fuerza, esa es la clave. No preguntamos ni pedimos permiso. Fuimos con la seguridad de poder aplastarlo todo.

Uno de los resultados de la colonización en el Caribe, como podéis leer arriba, es el nacimiento de este pequeño gran escalón social: las jineteras. He decidido centrarme en el término femenino, aunque también hay jineteros pululando por las calles caribeñas (generalmente se dedican a la venta de comida, tabaco y demás, no a la prostitución). Las jineteras son, hablando en plata, putas. Putas que se pasean buscando turistas, ofreciendo sus cuerpos y, sobre todo, su dignidad. Y todo porque necesitan dinero, se necesita dinero. Muchas jineteras son mantenidas, muchachas que se ofrecen por pagos en metálico o quizá por comida u otros artículos. Un par de detalles curiosos: ¡fijaos en la edad que suelen tener estas muchachas! Trece años algunas, seguramente las haya más jóvenes. Es terrible, francamente terrible. Y, como dice Pedro Juan Gutiérrez en Trilogía Sucia de la Habana, "las muchachitas que están jineteando en La Habana son titis de veinte años, que parecen modelos. Lindísimas". Mujeres preciosas, "que parecen modelos", que quizá podrían serlo si no fuera por las pésimas condiciones de vida, de todo, a las que están sometidas. Las jineteras son mujeres, en mi opinión, con muchísimo valor y aún más estómago. Quizá están acostumbradas a sus tareas cotidianas, aunque creo que uno nunca llega a acostumbrarse a ese tipo de cosas. Quizá tengan un sentido de la supervivencia y de la vida tan agudo que no les importe el medio, sólo el fin: seguir adelante. Quizá tienen familia, hijos, otros a los que aman y han de mantener. Quizá algunas incluso disfrutan siendo objetos de deseo. Y ahí está la clave. En ser objetos. Las jineteras, de algún modo, dejan de ser personas para ser objetos al servicio de ese sucio turismo que sólo busca un buen trasero, experimentar la pasión de las caribeñas, sentir la boca ardiente de una mulata hermosa. Desde mi posición, obviamente privilegiada, pongo a disposición de todas las jineteras del mundo mi comprensión y mi apoyo, aunque no sea gran cosa. Sigue siendo más que nada. Pienso que estas mujeres merecen, ante todo, reconocimiento. Que el mundo sepa de su existencia y de su labor. No sé si consiguen algo para el Caribe o al menos para ellas mismas. Sólo espero que el futuro no traiga una suerte semejante para los posibles descendientes de las jineteras. Todos nos merecemos algo mejor.
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Mezclando

En el amor siempre hay algo de locura, mas en la locura siempre hay algo de razón.

Friedrich Nietzsche
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Lealtad

La lealtad es el camino más corto entre dos corazones.

Ortega y Gasset
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Citas I

El amor verdadero, el amor ideal, el amor de alma, es el que sólo desea la felicidad de la persona amada sin exigirle en pago nuestra propia felicidad.

Anónimo
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Tiempo, locura y té


Mad Hatter: Would you like a little more tea?
Alice: Well, I haven't had any yet, so I can't very well take more.
March Hare: Ah, you mean you can't very well take less.
Mad Hatter: Yes. You can always take more than nothing.





Si habéis leído Alicia en el País de las Maravillas o, en su defecto, visto la versión de Disney -bastante interesante, aunque se salte a la torera demasiados pasajes del libro-, entenderéis ese título tan extraño de tiempo, locura y té.

Tiempo (Del lat. tempus). 1. m. Duración de las cosas sujetas a mudanza. 2. m. Magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro. Su unidad en el Sistema Internacional es el segundo. 3. m. Parte de esta secuencia. 4. m. Época durante la cual vive alguien o sucede algo.

El tiempo, la hora, ¿qué hora es? En Alicia el tiempo tiene mucha relevancia, quizá demasiada, y se pone de manifiesto desde un principio, cuando el conejo blanco no puedo siquiera detenerse a saludar porque ya va con demasiado retraso -luego sentiremos cierta empatía con el pequeño y peludo mamífero: su encuentro es con la temible Reina de Corazones-. El tiempo se revierte por momentos en un ciclo infinito y desconcertante: recordemos esa carrera para secarse al lado del mar del Dodo y su peculiar tropa acuática. Alicia es la única que llega a tiempo. A tiempo para despertarse cuando está a punto de ser linchada. A la hora perfecta para merendar y salir de este mundo extraño y asombroso.

Locura (De loco). 1. f. Privación del juicio o del uso de la razón. 2. f. Acción inconsiderada o gran desacierto. 3. f. Acción que, por su carácter anómalo, causa sorpresa. 4. f. Exaltación del ánimo o de los ánimos, producida por algún afecto u otro incentivo.

La segunda y la tercera acepción son, sencillamente, fabulosas. Y, con respecto a Alicia y sus personajes, las más aplicables. Muy concretamente si hablamos del Sombrerero Loco y la Liebre. Todos los recordamos: son dos extravagantes individuos que celebran su fiesta de no-cumpleaños entre cientos de teteras danzantes, acompañados de un simpático lironcito. Ambos plantean un concepto un tanto ambiguo de locura: siendo ellos los menos, en apariencia, cuerdos, juzgan incluso a la pequeña Alicia y al conejo en su breve encuentro. El famoso reloj que hacía tic tac al compás de los pasos del conejo se ve aplastado por un intencionadísimo mazazo de la Liebre, a la voz de ¡a los locos hay que tratarlos con cariño! A la vista está. Con todo el cariño de un golpe enorme. Así se lo merecía ese punzante amasijo de manillas y ruedas que sólo controlaba de forma grotesca la vida del conejo. Tras esta escena, mi concepción de la locura y la normalidad nunca volvió a ser la misma, y de nuevo reflexiono sobre ello cada vez que Alicia se cruza en mi camino. Quizá los demás son los locos y nosotros... no, en realidad nosotros somos demasiado normales.

(Del chino dialect. de Amoy te). 1. m. Arbusto del Extremo Oriente, de la familia de las Teáceas, que crece hasta cuatro metros de altura, con las hojas perennes, alternas, elípticas, puntiagudas, dentadas y coriáceas, de seis a ocho centímetros de largo y tres de ancho. Tiene flores blancas, axilares y con pedúnculo, y fruto capsular, globoso, con tres semillas negruzcas. 2. m. Hoja de este arbusto, seca, arrollada y tostada ligeramente. 3. m. Infusión de las hojas de este arbusto.

El té. Esa ceremonia tan extendida por todas partes del mundo, muy especialmente en este frío país en el que ahora me encuentro. El té es ya un ritual, una forma de paralizar el transcurso natural de los días -de nuevo, una alteración temporal- para dedicarse por completo a esta pequeña y deliciosa tarea. Y es que el té, en realidad, es un buen compañero. Tenemos tantas variedades que es improbable que no encontremos una que nos agrade; además, proporciona ciertos beneficios a la salud corporal. La Liebre y el Sombrerero Loco lo sabían: quizá por eso ingeniaron esa artimaña de ofrecer té a sus invitados y nunca llegar a dárselo. La gente educada, dicen, toma té. Es un ritual refinado y elegante. O debería serlo. Con Alicia se nos rompen los esquemas, y los más variopintos personajes se ven envueltos en una trama de teteras que hacen ruidos raros, lirones en tarros de mermelada, relojes chiflados, liebres y una niña curiosa que ha de volver a casa.

¿Qué conclusiones podemos sacar de todo esto? Creo que ninguna. Alicia en el País de las Maravillas es, sencillamente, un delirio demasiado genial como para perdérselo. Y no sólo es una simple historia contada para niños, no: al igual que muchos libros que fueron escritos para un público infantil, lo disfrutamos enormemente los adultos. Y no sólo por toda esta desbordante genialidad: Alicia contiene demasiadas reflexiones, demasiados puntos interesantes que han de ser considerados y desarrollados, demasiadas ideas, demasiadas críticas a la sociedad.

No os perdáis Alicia en el País de las Maravillas, por favor. Merece la pena.
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Before night falls

In those days I had a different idea of sexual relations, I loved someone and I wanted that person to love me; I did not believe one had to search, unceasingly, to find in other bodies what one body had already provided. I wanted a permanent love, wanted what perhaps my mother had always yearned for; that is, a man, a friend, someone we could belong to and who would be ours.

Before night falls - Reinaldo Arenas




He decidido dedicar una entrada a este párrafo porque, tras su aparente sencillez y brevedad, contiene una cascada inagotable de reflexiones sobre el sexo y los sentimientos. Ambos temas han sido siempre recurrentes en mi mente, ambos los he tratado conmigo misma en profundidad. El sexo y el amor nunca se han desvanecido de mi pensamiento desde que fui consciente de sus significados e implicaciones.

¿Qué puedo añadir a lo narrado por Reinaldo Arenas? Creo que sería lógico empezar por mis consideraciones iniciales, es decir, aquellas creencias que siempre creí férreamente instauradas en mis opiniones personales -es obvio que la experiencia lo cambia todo-. En un principio, el amor era para mí ese gran desconocido. Considerándome, sin embargo, una Romántica -en todas las acepciones de esta palabra- por naturaleza, ansiaba poder sentir amor con cada fibra que conformaba mi ser. A pesar de desearlo, de luchar contra los elementos naturales e iniciar una de las búsquedas más agogtadoras de mi adolescencia, no logré más que humo y cenizas. Todo se desvanecía entre mis dedos. El amor, como las alas de la libertad, me había sido denegado. Cuando crecí, cuando mi mente decidió al fin adoptar la edad del cuerpo que la contenía y me hice mayor, decidí, sin más, apartar a un rincón oscuro todo aquello en lo que había creído. No quiero amor, no necesito amor, no estoy hecha para darlo ni, por descontado, recibirlo. No quería nada. Me hallaba sumida en un letargo de fría comodidad. Y qué decir del sexo. Desde el principio, desde los albores... el sexo no fue más que un entretenimiento, una diversión, un circo, un vodevil: por una vez, yo era la actriz principal. Sin embargo, en cada nuevo espectáculo me hacía con un antifaz de plumas que ocultase a mi verdadero yo. El sexo no era verdad, era falso; no era yo quien, sin ningún tipo de tapujos ni pudores, me entregaba a las ¿pasiones? Pero, a decir verdad... ¿qué puede esperar una niña del sexo, qué puede aprender? Absolutamente nada. Sólo aprendí la forma de perderme el respeto, de sufrir, de llorar, de pasar por malos tragos que en ningún momento merecí. La pasión era un mero fantasma, un ente incorpóreo, un espíritu. No existía cosa alguna, nada hermoso, nada excitante, tan sólo sexo: ni rastro de esos bellos encuentros que nos quieren mostrar en los libros o la televisión. Así pues y al igual que ocurrió con el amor... decidí prescindir del sexo. No quería emprender la búsqueda de ningún cuerpo perfecto. No necesitaba falsos orgasmos ni encuentros que me desagradaban hasta el punto de enfermarme.

Una vez dicho esto, os preguntaréis a dónde quiero llegar. Pensaréis que, tal y como he planteado mi pasado sexual y amoroso, no puedo tener nada que decir al respecto de las palabras de Reinaldo Arenas. No es así. Hablo en pasado. Renuncié al amor y al sexo, pero todo cambió. Como ha venido ocurriendo con una cierta habitualidad, me equivoqué y tuve que tragarme mis palabras. Eso sí, lo hice con muchísimo orgullo, henchida de satisfacción. Es cierto que a ninguno nos gusta equivocarnos y retractarnos de lo dicho pero, en este caso, fue lo mejor que me pudo haber pasado. Fue incluso necesario, sumamente necesario, porque implicó un cambio radical en mi vida, mis convicciones, mis creencias y mis ideales. Y, aunque suene absolutamente coltidiano, fue la fuerza de una persona la que modeló este cambio. Y lo hizo sin pedir nada a cambio y, lo que es más, fue alguien que también se encontraba anclado en aquella horripilante y fría comodidad. Dos almas perdidas flotando en el agua congelada de una pecera, de miradas tristes, vagando con suaves aleteos sin rumbo. Pero la pecera nunca fue lo suficientemente grande: los Hados se pusieron de acuerdo para hacernos coindidir, con todas nuestras creencias e ideas preconcebidas... y, con esta inmensa colisión frontal, todo se vino abajo. El amor quiso florecer en la humedad de las sábanas, recorrer cada esquina, cada ángulo de nuestros cuartos, brillar como las lágrimas que caen en las palabras de un libro, reflejar en cada baldosa, en cada espejo, toda la grandeza a la que dos seres humanos pudieron aspirar jamás. Mi primera columna fue derribada, pero no la siguió un gran estruendo: sólo un rumor de mariposas, un arcoiris púrpura, un lago de gotas azul eléctrico. Por su parte, el sexo se tornó inefable, absolutamente inspirador e idílico, un titán de emociones, un torrente de pasión, la tensión de una turbulencia, la dulzura de una caricia, el clamor que acompaña a un suspiro inaudible. Tuvimos que despedirnos también de la segunda columna. Desde entonces, los plurales siempre son singular, el ruido es melodía, el frío es calor, una lágrima se torna carcajada, el pálpito resucitó para inundarnos, los cielos se cerraron alrededor, las montañas se estremecieron, las aguas frenaron su curso. Y todo ello gracias a ese choque, a ese impacto, a esa colisión; a ese constante fluir de emociones que nacieron porque, al fin, decidimos que merecía la pena llevarlo a cabo. Y está siendo, en realidad, mejor de lo que esperábamos en un principio. Mucho mejor.

Como ya os habréis dado cuenta, el mensaje inicial de esta entrada ha desencadenado un torrente inmenso de palabrería acerca de emociones, pensamientos, acerca de lo bello que es sentir y ser sentido. Tendréis que disculpar que no me haya ceñido a las palabras exactas de Reinaldo Arenas, aunque... después de todo, todo lo que he dicho guarda relación con esa reflexión tan pura, tan intensa. Espero que sepáis captar esa esencia y comprendáis dónde reside lo verdaderamente importante.
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Volver

De todos los pensamientos que me asaltan a diario, esa pequeña palabra es la más recurrente. Esas seis letras, formando un sonido envolvente una vez pronunciadas, esas dos uves de victoria, de vivir, de valkiria. Volver. Seis letras, sólo seis. Sin embargo, ahora esta palabra parece alargarse en el tiempo; combarse, estremecerse, doblarse con la ductilidad del caramelo.

Y volver es volver, en todos los aspectos de la vida de este pequeño pececito que pugna a cada instante para ser un dragón.

Volver significa que Koi ha de retomar su vida activa como escritora pésima de entradas en su blog.

Volver significa la vuelta a esos instantes de emoción máxima cuando conoció en persona a Vodevil y se estremeció ante la fuerza del primer beso.

Volver significa que encontraré una cama que me pertenezca, que nos pertenezca.

Volver significa que el tiempo no significa nada y nunca volverá a hacerlo.

Volver significa tardes en el sofá -o quizá cayéndonos de él-, tardes de risas, tardes de vinilos abrazados en las sábanas, tardes de disfraces, tardes de masa de brownies, tardes de humo, tardes de lluvia, tardes de té, tardes de cristales de esperanza, tardes de futuro.

Volver significa debatir durante horas sobre qué hacer y llegar a la conclusión de que... a las 5:30 en el ayuntamiento.

Volver significa poder comer cachopo y no tener que preocuparse de que la lluvia moje la colada.

Volver es tanto... volver es todo. He de volver. Volveré, muy pronto. Tanto a mi casa, mi hogar, su corazón, como a mi vida activa en el blog. En estos días lo necesito.
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Digo que yo no soy un hombre puro

Yo no voy a decirte que soy un hombre puro.
Entre otras cosas
falta saber si es que lo puro existe.
O si es, pongamos, necesario.
O posible.
O si sabe bien.
¿Acaso has tú probado el agua químicamente pura,
el agua de laboratorio,
sin un grano de tierra o de estiércol,
sin el pequeño excremento de un pájaro,
el agua hecha no más de oxígeno e hidrógeno?
¡Puah!, qué porquería.
Yo no te digo pues que soy un hombre puro,
yo no te digo eso, sino todo lo contrario.
Que amo (a las mujeres, naturalmente,
pues mi amor puede decir su nombre),
y me gusta comer carne de puerco con papas,
y garbanzos y chorizos, y
huevos, pollos, carneros, pavos,
pescados y mariscos,
y bebo ron y cerveza y aguardiente y vino,
y fornico (incluso con el estómago lleno).
Soy impuro ¿qué quieres que te diga?
Completamente impuro.
Sin embargo,
creo que hay muchas cosas puras en el mundo
que no son más que pura mierda.
Por ejemplo, la pureza del virgo nonagenario.
La pureza de los novios que se masturban
en vez de acostarse juntos en una posada.
La pureza de los colegios de internado, donde
abre sus flores de semen provisional
la fauna pederasta.
La pureza de los clérigos.
La pureza de los académicos.
La pureza de los gramáticos.
La pureza de los que aseguran
que hay que ser puros, puros, puros.
La pureza de los que nunca tuvieron blenorragia.
La pureza de la mujer que nunca lamió un glande.
La pureza del que nunca succionó un clítoris.
La pureza de la que nunca parió.
La pureza del que no engendró nunca.
La pureza del que se da golpes en el pecho, y
dice santo, santo, santo,
cuando es un diablo, diablo, diablo.
En fin, la pureza
de quien no llegó a ser lo suficientemente impuro
para saber qué cosa es la pureza.

Punto, fecha y firma.
Así lo dejo escrito.


Nicolás Guillén