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Alambre de espinos

El alambre de espinos tiene algo que resulta fascinante. Quizá sea su aspecto amenazador, con el alambre no hay confusión posible: te acercas, lo tocas, te duele. El alambre hace daño y eso hemos aprendido con la edad y el paso del tiempo. No es conveniente acercarse demasiado. Alambre, espino. Una sustancia fría y metálica en comunión con una metáfora natural. Espino. Con alambre, claro. Una invención del ser humano para proteger sus territorios, sus posesiones, sus bienes, todo lo que aprecia... o quizá aquello que no aprecia pero quiere ver resguardado de miradas ajenas.

Lo mejor del alambre de espino es que una vez te enganchas, soltarse es difícil. Soltad a alguien en un habitáculo cubierto de alambre. Tras el primer corte vendrán muchos más. Si tratas de retroceder, el alambre de espinos te desgarrará la piel. Sangre, más sangre. Es el arma definitiva. Siniestra, peligrosa, infinita, imposible.

Alambre de espinos.
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Olas

El mar, ese amigo inmenso e imperturbable al que tanto me gusta escuchar rugir en los días malos, en los buenos, noche y día, no importa el momento. Su sonido no cesa. Es el tintineo de la libertad, de los sueños que se rompen y se reciclan en nuevas vasijas de colores esperanzadores; es el parpadeo de las estrellas al reventar en mil pedazos chispeantes, es el ulular de alguna criatura que se oculta de los ojos mortales.

En el mar son las olas las que coronamos con pequeños y brillantes adornos de sal. Son quienes mandan, quienes se enzarzan en grotescas batallas sobre el dominio del océano, entrechocan, se entrelazan, se fusionan, lanzan a la atmósfera su violento rugido y, tras sus últimas escaramuzas, sus últimas heridas, se calman, se desperezan, se desenvuelven, se tranquilizan y rozan con despreocupación y suavidad la arena. La acarician, la atraen contra sí, la mecen con ternura y regresan a sus orígenes, al ruido, a la ferocidad marítima, a ser el reflejo de un mundo hostil y a demostrar, sin embargo, que una ola es un fenómeno puro, esclarecedor, hipnótico, majestuoso, elegante, sinuoso, magnífico, enorme, poderoso. Las olas, sí, las olas son las reinas.

Fotografía: deviantArt
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Bobby McGee

Busted flat in Baton Rouge, waiting for a train
And I's feeling nearly as faded as my jeans.
Bobby thumbed a diesel down just before it rained,
It rode us all the way to New Orleans.

I pulled my harpoon out of my dirty red bandanna,
I was playing soft while Bobby sang the blues.
Windshield wipers slapping time, I was holding Bobby's hand in mine,
We sang every song that driver knew.

Freedom's just another word for nothing left to lose,
Nothing don't mean nothing honey if it ain't free, now now.
And feeling good was easy, Lord, when he sang the blues,
You know feeling good was good enough for me,
Good enough for me and my Bobby McGee.

From the Kentucky coal mines to the California sun,
Hey, Bobby shared the secrets of my soul.
Through all kinds of weather, through everything we done,
Hey Bobby baby? kept me from the cold.

One day up near Salinas,I let him slip away,
He's looking for that home and I hope he finds it,
But I'd trade all of my tomorrows for just one yesterday
To be holding Bobby's body next to mine.

Freedom is just another word for nothing left to lose,
Nothing, that's all that Bobby left me, yeah,
But feeling good was easy, Lord, when he sang the blues,
Hey, feeling good was good enough for me, hmm hmm,
Good enough for me and my Bobby McGee.
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Pingüinos

Una vez en el lugar de cría, buscan pareja (como otros pingüinos, son monógamos para dar más seguridad a la progenie), realizando exhibiciones, levantando las alas o inclinándose. En mayo o junio (invierno austral) la hembra pondrá un huevo de aproximadamente 450 gramos. Este es el momento en el que la hembra pasa el huevo cuidadosamente con las patas al macho; si el huevo tocara más que unos segundos el hielo sería mortal para él. Una vez que el macho tiene el huevo en su pliegue de piel abdominal, la hembra inicia otro largo viaje hacia el mar en busca de comida.

Fuente: Wikipedia.
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Sumas

A los seres humanos, como defecto de fábrica, nos viene incorporado el no poder dejar de echar cuentas. En todo y para todo. En cualquier tienda, ante cualquier etiqueta, cualquier evento u ocurrencia. Y no sólo esas cuentas rápidas que todos echamos para convertir euros en pesetas de nuevo, para ver cuánto nos ahorramos en un producto o qué tanto por ciento incurre en una cifra. No. Las peores cuentas son las del tiempo. Las de calcular las horas que nos quedan por dormir, los días antes de un examen, los minutos hasta que suene la alarma, lo que dura una canción, un beso, un susurro, un momento feliz, un viaje, una separación. Todo lo medimos en tiempo y los relojes son el tic tac maldito de cada mente. Aunque el tiempo es relativo y es un dato que todos nosotros conocemos, simplemente nos negamos a aceptarlo. Y el tiempo pasa. Muy rápido, demasiado. Y antes de que te des cuenta te encuentras persiguiendo el sol, nadando entre los recuerdos y rememorando cosas que ayer parecían muy claras.

Ocho meses han pasado ya, ocho. He vivido mucho más de esa cifra pero fue una vida en un limbo de nebulosas opacas. Hace ocho meses fui arrancada de aquella placenta y traída a un mundo en colores y sonidos vibrantes. Y no sé por qué, sé que son ocho, los celebro, me alegro, los disfruto. Sin embargo, pienso que en los momentos felices todo intento de contar o medir el tiempo debería ser eliminado. Quizá sea ahora el momento de seguir a Einstein, olvidarnos del tic tac, dejar de contar, dejarnos llevar...
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La música ha sido inventada para confirmar la soledad humana.

Lawrence Durrell