Engranajes y aciertos

Me pierdo en ensoñaciones en las que palpito en esas venas de nieve, muy dentro, sellando cada poro, cauterizando las heridas. No veo sombras. Sólo veo la curva de unos labios que algún día reescribirán la historia, que vibrarán en mi piel como agujas trazando un dragón. Nacen tres soles. El primero es una manzana de caramelo: carmesí, húmeda, que me trae un recuerdo de infancia y una tentación que no debe prohibirse. Los otros dos... los otros son ventanales sellados con laca del color de las esmeraldas, reflejan su luz en un prisma de infinitos vértices; me llevan al pasado y lo recorren conmigo, se llevan mis lágrimas, me enseñan un futuro en que sólo existe el olor a mar que tanto extraño. Aletean mariposas entre las olas, recorro tus huellas en la arena y desearía estar entre las yemas de tus dedos, que te llevases cada gota de sal, cada grano de arena. Construye un reloj de sol para los dos. Un reloj sin mecanismo, sin ruedas, sin engranajes. Un reloj sin mecanismo para que el tiempo no se escape, para que cada amanecer me sorprenda desnuda contemplando a esos surcos de marfil convocar llamas de color púrpura, para poder consumirme en esa hoguera cada anochecer. Miro atrás y alzo mi copa. Brindo por todo, por lo que no existe, por lo que pervive, y sobre todo por aquellas gotas de rocío que nos salpicaron cuando pensamos que, en realidad, ni lo demás ni nosotros importábamos. Por las veces que hemos errado. Por todas las que acertamos.

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