Creo que con tan sólo echar un vistazo a la foto de mi perfil os daréis cuenta de que me apasiona Edgar Degas. Los que me conozcáis más allá de la vida en internet sabréis también que el impresionismo me obsesiona de una manera un tanto insana. De acuerdo, en estos siglos las artes plásticas comienzan a mermar en calidad y poder de seducción, pero el impresionismo es algo increíble. Es posible que Monet, Renoir, Sorolla, Cézanne... nunca puedan competir con Masaccio, da Vinci, Tiziano, Lippi. Sabemos que el Renacimiento fue una época esplendorosa, sin embargo, carece de ese encanto intrigante de las obras pictóricas impresionistas.
A Degas lo consideraron uno de los propulsores del impresionismo, aunque él, desde luego, no se sentía especialmente cómodo con el papel adjudicado, se sentía más realista que cualquier otra cosa. Un jovencísimo Degas tuvo la suerte de que Ingres le brindase las siguientes palabras: draw lines, young man, and still more lines, both from life and from memory, and you will become a good artist. Cualquier persona en su sano juicio hubiese obedecido al maestro, de eso no hay duda. Y así nace la figura de Degas, o así me gusta creer que lo hizo. No me gusta recopilar demasiada información de aquellos artistas a los que admiro, pues temo que una indagación excesiva pueda llevar consigo la desaparición de la magia de sus obras. Es una fijación que tengo: no quieras saber más de la cuenta. Que no se caiga el mito. Degas era muy especial, desde luego, y no siempre especial con connotaciones positivas. Era un convencido misántropo, también antisemita -esto último se refleja incluso en los retratos de judíos que pintó hacia el final de su carrera-. Por lo demás, no parecía un tipo demasiado perturbado. A Degas le obsesionaban dos cosas: los caballos y las bailarinas. En un principio, uno puede pensar que son dos cosas demasiado opuestas, pero una vez profundizamos vemos que ambos tienen un punto en común de agilidad, de movimiento, de fuerza. Personalmente, me quedo con sus magníficas bailarinas de fantasmagoría, siempre danzando, siempre con la mirada perdida en un punto que no llegamos a imaginar, siempre envueltas en la suave bruma del pincel de Degas, siempre en blanco y azul. Cada día que pasa me enamoran con más intensidad estas muchachas, perdidas en la obra y en el tiempo, posiblemente objeto de culto de un artista que se ocultaba entre las sombras, por todo y por nada, porque, a su juicio, the artist must live alone, and his private life must remain unknown.
A Degas lo consideraron uno de los propulsores del impresionismo, aunque él, desde luego, no se sentía especialmente cómodo con el papel adjudicado, se sentía más realista que cualquier otra cosa. Un jovencísimo Degas tuvo la suerte de que Ingres le brindase las siguientes palabras: draw lines, young man, and still more lines, both from life and from memory, and you will become a good artist. Cualquier persona en su sano juicio hubiese obedecido al maestro, de eso no hay duda. Y así nace la figura de Degas, o así me gusta creer que lo hizo. No me gusta recopilar demasiada información de aquellos artistas a los que admiro, pues temo que una indagación excesiva pueda llevar consigo la desaparición de la magia de sus obras. Es una fijación que tengo: no quieras saber más de la cuenta. Que no se caiga el mito. Degas era muy especial, desde luego, y no siempre especial con connotaciones positivas. Era un convencido misántropo, también antisemita -esto último se refleja incluso en los retratos de judíos que pintó hacia el final de su carrera-. Por lo demás, no parecía un tipo demasiado perturbado. A Degas le obsesionaban dos cosas: los caballos y las bailarinas. En un principio, uno puede pensar que son dos cosas demasiado opuestas, pero una vez profundizamos vemos que ambos tienen un punto en común de agilidad, de movimiento, de fuerza. Personalmente, me quedo con sus magníficas bailarinas de fantasmagoría, siempre danzando, siempre con la mirada perdida en un punto que no llegamos a imaginar, siempre envueltas en la suave bruma del pincel de Degas, siempre en blanco y azul. Cada día que pasa me enamoran con más intensidad estas muchachas, perdidas en la obra y en el tiempo, posiblemente objeto de culto de un artista que se ocultaba entre las sombras, por todo y por nada, porque, a su juicio, the artist must live alone, and his private life must remain unknown.
1 comentarios:
A mi también me encanta. De hecho es de los pocos impresionistas que me gustan, por no decir que después de este movimiento artístico hay muy pocos artistas que me gusten (aún no sé porqué tiré el dinero en entrar en el Reina Sofia una segunda vez... y una tercera)
Es una pena que en Historia del Arte no llegasemos a verlos en profundidad.
Un saludo desde Júpiter!
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