Cautivada por un cuento

Shrinivas, como se llamaba, desconocía el acompañamiento verbal del acto de amor cubano, pero parecía haber estudiado el Kama Sutra sin saltar una página. Fue la primera vez que hice el amor, la primera vez que me lo hicieron. Hacer el amor. Esa expresión cobró una vida en mí después de aquel encuentro, sólo comparable con la de haber entendido, ante la visión de un ser humano, el origen de los ojos de las imágenes indias [...]. Casi al amanecer, abrazados, entre dormidos y despiertos, sosegados, despacio aprendimos los olores mutuos, las fragancias del pelo. Las manos deleitadas recorrían un cuerpo hasta ayer ajeno y que de pronto formaba casi parte del otro [...]. regresamos al cuarto para el café en la cama y al subir la cortina de la ventana, no esperando ver el sol, ausente aquella mañana, sino a alguno de los pajaritos que en ocasiones se posaban en los árboles del patio al cual daba el apartamento, tuvimos ante nosotros una escena de cuento de hadas. La lluvia helada de la noche anterior, incrustada en las ramas desnudas, creó un jardín de encaje translúcido. Resulta imposible traducir en palabras el esplendor de la visión. Ciertas sensaciones sólo pueden ser apreciadas a través del sentido que les corresponde, y la brillantez de aquellos árboles de la calle Mott, únicamente presenciándola. El hielo estaba ajustado tan parejo a las ramas, que parecían haber sido sumergidas en una gran tina de diamante líquido y ya embellecidas, devueltas a los troncos, como se cubren las manzanas de caramelo, sumergiéndolas en una olla de almíbar.

Shrinivas comenzó a hablar de él allí, frente a la ventana, y sus confesiones, su voz llegando desde el fondo de sí mismo, fueron el momento de mi deslumbramiento. Fue comenzar a hacer el amor de verdad. Lo demás había sido preámbulo. Su capacidad para la intimidad me era desconocida [...].

Shrinivas me contó sus sueños con transformaciones, siempre con transformaciones. Yo le conté los míos con peces en el mar, con peces de cartón, peces que trataban de nadar en el piso de mosaico blanco y negro del baño, peces dorados aplastados sin querer bajo mis pies [...].

Las conversaciones se mezclaban con besos. Llorábamos, compadecidos uno del otro y con los ojos enrojecidos nos entregamos al amor de nuevo. Las confesiones diluyeron mis defensas y creo que las de él también. Yo, tan difícil de entregarme por más que lo fingiera, me sentí suya y lo sentí mío y me dejé hacer y él se dejó también. La fuerza de las caricias lastimaba. Boca arriba, boca abajo, acostado sobre mi espalda lo sentí dentro de mí y entré yo en él con mis manos que recibió gustoso. Expuesta a su mirada inmensa mi desnudez, la disfrutaba. En abandono total, no puse condiciones a la entrada de su cuerpo en el mío, ni de su alma en la mía. Fuera de mi ser, en orgasmos que parecían durar eternidades, enormes mar pacíficos abrían de un sólo golpe enfrente de mis ojos cerrados. No es una metáfora, vi las flores cada vez que me vine y fui feliz.

Era una dulzura jamás saboreada que quería conmigo para siempre, para siempre. Pero aquel encuentro no fue puerta abierta por donde pasar a tiempos felices, fue más bien rendija, regalo de la vida por donde atisbar la felicidad. Y pude verla, la vi. Lejana y fugaz, mas de allí en adelante la busqué, segura de que existía.

Las historias prohibidas de Marta Veneranda - Sonia Rivera-Valdés

Tenía que compartir este fragmento con alguien. Lo leí de mañana, con una taza de chocolate caliente para desayunar y el sol calentándome los hombros. Y me iluminé. Me pareció bellísimo, impecable, increíblemente dulce y narrado con una dulzura infinita. Menciona muchas cosas sobre las que he reflexionado últimamente: la magia del sexo, el sentir por primera vez el amor, la percepción de la felicidad, la relevancia de una intimidad adecuada. Con algunas de las cosas que dice Sonia estoy de acuerdo, con otras, desde luego, no. Leed, disfrutad y juzgad si así lo deseáis.

En cuanto al título de la entrada, la explicación es la siguiente: en mi trayectoria como futura filóloga y ferviente lectora de todo lo imaginable, me encuentro con que es ya muy complicado que una historia me cautive o me atrape. Esta compilación de cuentos lo ha conseguido, como casi todo lo que estoy leyendo en este curso. Algo bueno tendría que tener Inglaterra.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Es que somos nosotros exceptuando el párrafo final, cielo.

Es increíble como está narrado con tanta delicadeza y sencillez y que con tan escasa complejidad describa a la perfección momentos inefables.

Te amo, mi vida pero aún así, lo nuestro es mejor y fuera de este mundo, algo mágico^^.

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