Bocas

Siempre me han llamado poderosamente la atención las bocas ajenas, para bien y para mal. Me parecen un perfecto instrumento para multitud de cosas que hacen la vida más fácil, y aquí tenéis tres funciones que a mí me parecen primordiales y muy gratas:

a.- Comer.
b.- Hablar.
c.- Besar.

Interesante, ¿verdad? Y sencillo, por supuesto. En una de ellas radica la vida en sí misma, en la siguiente tenemos la esencia que diferencia al ser humano de otros animales y la tercera, bueno, es simplemente placentera. Todas ellas son formas de comunicación, y ¿qué mejor forma de llevarlas a cabo que con este pequeño órgano que tenemos tan a la vista?

A algunos les gusta analizar los ojos, las pequeñas chispitas y destellos que emiten señales que la voz oculta; a otros les entretiene lo gestual de las manos, de los brazos, los movimientos del cuerpo. A mí me apasionan las bocas. Me gusta cómo se mueven, con independencia, a veces, del resto de los músculos faciales. Me gusta cómo ríen. Me gusta observarlas, y en ocasiones lo detesto. Soy extremadamente crítica con la distribución de los dientes: las bocas ordenadas me transmiten tranquilidad. Los labios son suaves, se doblan, se comban, se fruncen, se contraen en curiosos gestos que dicen mucho de su dueño.

En definitiva, las bocas son curiosas, inquietantes, divertidas, interesantes. Me gustan las bocas. Y la más hermosa de todas ellas, la que susurra las palabras más hermosas y la que regala besos que te llevan a la luna, la tenéis escondida en una entrada de abril.

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