Psicodelia

No quiero abrir los ojos. Quiero que la fiesta se prolongue durante veinticuatro horas, los siete días de la semana, cada minuto. Quiero que esta nube me acompañe siempre y se mueva conmigo, que envuelva cada trocito de mi piel y se introduzca por cada poro, que el suave y dulce olor no se despegue de los pliegues de mi ropa.

Me tiendo suavemente en el asiento. Apoyo las manos en el regazo, las noto húmedas, pegajosas, suaves, extrañas. Las yemas de los dedos ya no me pertenecen. Las noto lejos, muy lejos. Comienzo a escuchar las notas musicales que brotan de algún aparato de madera. El vinilo gira y gira, lo escucho, noto los surcos como si la aguja los trazase en mi piel. Caen mis párpados. Muy suave, muy despacio, trazando espirales multicolor en mis pupilas, que se oscurecen por momentos. El mundo, alrededor, se asemeja a un teatro, un gran teatro con decorados de cartón y papel celofán. Todo avanza despacio y, por unos instantes, me siento capaz de detener el tiempo, de entretejerlo a mi antojo entre los dedos como una madeja de hilo dúctil, maleable, a la vez espeso y mojado. Ahora tengo un ovillo de tiempo en las manos. Con los ojos cerrados, noto cómo se va transformando en un ópalo tornasolado que crece sin cesar. Se vuelve una maraña inmensa que me aplasta bajo su peso.

Dejo que mi cuerpo caiga un poquito más hacia atrás. Mi cuello reposa contra el asiento. Noto mil arañas que suben por mis pantorrillas y me acarician con malicia las rodillas. Se posan en mis muslos con descaro y siento el impulso de acariciar fuerte mi piel para paliar el picor. Vuelvo a tener uñas. Me araño despacio, con parsimonia, recorriendo una y otra vez la misma línea enrojecida. De nuevo aparece el enorme ópalo, trazando líneas de color amarillo que se convierten en estelas de diminutas chispas azuladas. Van dejando su huella por el aire. Se acercan a la nube que me envuelve y, de repente, todo huele a melocotón. Abro la boca y con la primera aspiración todo parece tener el sabor de esa dulce fruta. Mi cuerpo se desplaza por su silueta redondeada, acaricio la piel de terciopelo, lanzo a la nada una sonrisa de placer.

Regresa el teatro. Se llena de marionetas y seres emplumados que emiten gemidos ininteligibles. Los oigo lejos, desvanecerse, evaporarse en la atmósfera plateada. La nube que me envuelve se vuelve más palpable, más dulce. Ahora tiene el dulce aroma de una mujer a la que conocí hace algunos meses. Abro los ojos. Mi nebulosa particular. Ahí sigue, no se ha ido, no se irá hasta que así lo desee.

Despacio, con pereza, con cansancio, desplazo mi cuerpo hasta erguirme y camino con serenidad. Un pie tras el otro, como siempre. Despacio. Sin prisas. La nube me sigue. Me acaricia el cuello y las curvas de los brazos. Cruzo el umbral de una puerta. Me voy.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Ante todo, decir de nuevo que me encanta que escribas.

Siendo franco, me da un tanto de miedo el escrito. Parece que has estado dentro de mi mente y has descrito todo lo que percibo y es un tanto desasosegante.

Ese teatro de marionetas y seres emplumados ¿Será la gente que nos rodea interpretando pésimos papeles? ¿Se les caerán las máscaras algún día? No, ni siquiera creo que las lleven puestas, son demasiado obvios...

Esas arañas que nos recorren hacen unas cosquillas tan sutiles y tiernas que hacen que Nuestras piernas se alcen y floten.

Y ahí aparece Mary Jane dando más sabor a esa fruta aterciopelada que tanto refresca y tanto alegra.

Me ha gustado mucho, Bibú, sigue escribiendo, por favor ^^

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