Ensayo, error y huida

Y me senté frente al mar, donde nada permanece en un mismo lugar, y fluyeron las penas. Las olas comenzaron a arañar todo el sufrimiento y a dejarme vacía, poco a poco, delicadas, incluso con torpeza.

Fluían, fluían, arriba, abajo, sin descanso, sin fin; para que no hubiese más imágenes oscuras, para que ya nadie pudiese arrebatarle ese atisbo de felicidad. Las olas se lo llevaron todo, ojalá así hubiera sido. Sin penas. Sólo el fluir del salitre, el sonido de una nube al resquebrajarse, la arena, las conchas, las huellas. No,no hay huellas. Al menos en aquel momento dejó de haberlas.

Desperté en un lugar extraño. No había mar, ni siquiera podía persibir su olor. Era un cuadrado de dimensiones mínimas. Prácticamente no podía moverme. ¿Qué ha pasado? Una gota de sudor comenzó a resbalar por mi nariz. Se tornó frío de repente y el peso de mil años rebotó en mi espalda como la mayor de las piedras. Tomé aire. Respiraba entrecortadamente. Estaba asustada. Los cimientos de mis inseguridades tanto habían crecido que ahora me amenazaban desde lo alto. Comencé a escuchar una risa estridente. Una sucesión de imágenes que quiso pasearse por mi mente comenzó a dejarme un sabor amargo en los labios: un candado, un par de cejas que se alzaban con ironía, el humo de un cigarro, el beso que siempre debió pertenecerme, un teléfono, figuras de plástico de colores, animales peludos que emitían extraños chillidos, el vello erizado de un antebrazo, la angustia del que hace lo que no quiere, un libro de páginas destrozadas, ironía, ironía, ironía. Nunca aprenderé. Me cobijé en una esquina a esperar, porque... ¿qué más podía hacer? Mi mente me estaba ganando la batalla. Y las paredes... cada vez más cerca. Muero, pensé. Moriré aquí. Aplastada por toda esta angustia que yo misma he tejido.

Pero no. Unas suaves gotas de luz me despertaron. Me había dormido en la arena, en la playa la hora mágica lo dominaba todo y la maravillosa estampa de aquella unión de mar, tierra y cielo me devolvía el recuerdo de momentos mejores. La jaula había desaparecido. Sólo quedaba yo; el mar y yo. Me desperecé con torpeza. Recogí mis cosas. Y me paré a pensar. La idiotez del ser humano es infinita, sí, pero es lo único que nos queda. No somos más que un amasijo de tejido bien ubicado y una mente débil, floja, impráctica, perecedera y que ejerce la más dolorosa de las traiciones sobre nosotros. La mente. Valiente basura. El mayor desecho de la humanidad. Algo absolutamente inútil a no ser que el sufrimiento sea plato de gusto. No lo es, no lo es. El mar, con sorna, me devuelve en tonos dorados el reflejo de una lágrima. A fin de cuentas, es todo lo que queda: las lágrimas. La limpieza y la purificación de nuestra estupidez, pero inútil también porque son ilimitadas. Cuando pensamos que es imposible derramar siquiera una más, allá se inicia un nuevo torrente que nos vacía por poco tiempo. Cojo una piedra. La lanzo con fuerza, lejos. El mar se la traga sin compasión. Como todo.

Y me alejé, me alejé de aquello, de todo. El mar, sin descanso, fue quien se encargó de eliminar mis huellas de la arena.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta que escribas. El mero hecho de que aparezca algo de tu puño y letra me deja en éxtasis. Ya puede ser un pequeño Post-It con una minúscula frase, a uno enorme escrito hasta el último milímetro o un texto inundado de ti.

Me gusta mucho como está escrito, de forma sencilla pero tan bien enlazado que nada sobra, todo tiene su importancia.

No me gusta que sea tan triste pero uno no puede escribir siempre de cosas bonitas o maravillosas.

El conjunto llega a ser muy opresivo y desasosegante. Es un buen trabajo, amor

Te amo, pequeña (L)

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