Before night falls

In those days I had a different idea of sexual relations, I loved someone and I wanted that person to love me; I did not believe one had to search, unceasingly, to find in other bodies what one body had already provided. I wanted a permanent love, wanted what perhaps my mother had always yearned for; that is, a man, a friend, someone we could belong to and who would be ours.

Before night falls - Reinaldo Arenas




He decidido dedicar una entrada a este párrafo porque, tras su aparente sencillez y brevedad, contiene una cascada inagotable de reflexiones sobre el sexo y los sentimientos. Ambos temas han sido siempre recurrentes en mi mente, ambos los he tratado conmigo misma en profundidad. El sexo y el amor nunca se han desvanecido de mi pensamiento desde que fui consciente de sus significados e implicaciones.

¿Qué puedo añadir a lo narrado por Reinaldo Arenas? Creo que sería lógico empezar por mis consideraciones iniciales, es decir, aquellas creencias que siempre creí férreamente instauradas en mis opiniones personales -es obvio que la experiencia lo cambia todo-. En un principio, el amor era para mí ese gran desconocido. Considerándome, sin embargo, una Romántica -en todas las acepciones de esta palabra- por naturaleza, ansiaba poder sentir amor con cada fibra que conformaba mi ser. A pesar de desearlo, de luchar contra los elementos naturales e iniciar una de las búsquedas más agogtadoras de mi adolescencia, no logré más que humo y cenizas. Todo se desvanecía entre mis dedos. El amor, como las alas de la libertad, me había sido denegado. Cuando crecí, cuando mi mente decidió al fin adoptar la edad del cuerpo que la contenía y me hice mayor, decidí, sin más, apartar a un rincón oscuro todo aquello en lo que había creído. No quiero amor, no necesito amor, no estoy hecha para darlo ni, por descontado, recibirlo. No quería nada. Me hallaba sumida en un letargo de fría comodidad. Y qué decir del sexo. Desde el principio, desde los albores... el sexo no fue más que un entretenimiento, una diversión, un circo, un vodevil: por una vez, yo era la actriz principal. Sin embargo, en cada nuevo espectáculo me hacía con un antifaz de plumas que ocultase a mi verdadero yo. El sexo no era verdad, era falso; no era yo quien, sin ningún tipo de tapujos ni pudores, me entregaba a las ¿pasiones? Pero, a decir verdad... ¿qué puede esperar una niña del sexo, qué puede aprender? Absolutamente nada. Sólo aprendí la forma de perderme el respeto, de sufrir, de llorar, de pasar por malos tragos que en ningún momento merecí. La pasión era un mero fantasma, un ente incorpóreo, un espíritu. No existía cosa alguna, nada hermoso, nada excitante, tan sólo sexo: ni rastro de esos bellos encuentros que nos quieren mostrar en los libros o la televisión. Así pues y al igual que ocurrió con el amor... decidí prescindir del sexo. No quería emprender la búsqueda de ningún cuerpo perfecto. No necesitaba falsos orgasmos ni encuentros que me desagradaban hasta el punto de enfermarme.

Una vez dicho esto, os preguntaréis a dónde quiero llegar. Pensaréis que, tal y como he planteado mi pasado sexual y amoroso, no puedo tener nada que decir al respecto de las palabras de Reinaldo Arenas. No es así. Hablo en pasado. Renuncié al amor y al sexo, pero todo cambió. Como ha venido ocurriendo con una cierta habitualidad, me equivoqué y tuve que tragarme mis palabras. Eso sí, lo hice con muchísimo orgullo, henchida de satisfacción. Es cierto que a ninguno nos gusta equivocarnos y retractarnos de lo dicho pero, en este caso, fue lo mejor que me pudo haber pasado. Fue incluso necesario, sumamente necesario, porque implicó un cambio radical en mi vida, mis convicciones, mis creencias y mis ideales. Y, aunque suene absolutamente coltidiano, fue la fuerza de una persona la que modeló este cambio. Y lo hizo sin pedir nada a cambio y, lo que es más, fue alguien que también se encontraba anclado en aquella horripilante y fría comodidad. Dos almas perdidas flotando en el agua congelada de una pecera, de miradas tristes, vagando con suaves aleteos sin rumbo. Pero la pecera nunca fue lo suficientemente grande: los Hados se pusieron de acuerdo para hacernos coindidir, con todas nuestras creencias e ideas preconcebidas... y, con esta inmensa colisión frontal, todo se vino abajo. El amor quiso florecer en la humedad de las sábanas, recorrer cada esquina, cada ángulo de nuestros cuartos, brillar como las lágrimas que caen en las palabras de un libro, reflejar en cada baldosa, en cada espejo, toda la grandeza a la que dos seres humanos pudieron aspirar jamás. Mi primera columna fue derribada, pero no la siguió un gran estruendo: sólo un rumor de mariposas, un arcoiris púrpura, un lago de gotas azul eléctrico. Por su parte, el sexo se tornó inefable, absolutamente inspirador e idílico, un titán de emociones, un torrente de pasión, la tensión de una turbulencia, la dulzura de una caricia, el clamor que acompaña a un suspiro inaudible. Tuvimos que despedirnos también de la segunda columna. Desde entonces, los plurales siempre son singular, el ruido es melodía, el frío es calor, una lágrima se torna carcajada, el pálpito resucitó para inundarnos, los cielos se cerraron alrededor, las montañas se estremecieron, las aguas frenaron su curso. Y todo ello gracias a ese choque, a ese impacto, a esa colisión; a ese constante fluir de emociones que nacieron porque, al fin, decidimos que merecía la pena llevarlo a cabo. Y está siendo, en realidad, mejor de lo que esperábamos en un principio. Mucho mejor.

Como ya os habréis dado cuenta, el mensaje inicial de esta entrada ha desencadenado un torrente inmenso de palabrería acerca de emociones, pensamientos, acerca de lo bello que es sentir y ser sentido. Tendréis que disculpar que no me haya ceñido a las palabras exactas de Reinaldo Arenas, aunque... después de todo, todo lo que he dicho guarda relación con esa reflexión tan pura, tan intensa. Espero que sepáis captar esa esencia y comprendáis dónde reside lo verdaderamente importante.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y nos hicimos mayores cometiendo los mismos errores letales.

Pero esa mayoría del ser nos desembocó al uno en el otro, empujados ligeramente por los Hados que decidieron jugárnosla y esa vez no teníamos Jokers en la manga. Tampoco los habríamos usado.

Y con cada columna derribada, más nos acercábamos el uno al otro y a día de hoy, con cada grupo de mariposas que aletea, crecemos más, mejor y juntos.

A día de hoy, y desde hace ya tiempo, no hay ya barrera alguna, ni Muro, ni columna, que no hayamos derruido y apartado de nuestro camino juntos.

Sólo me resta decir que a cada instante, al igual que nuestro amor, todo mejora y se hace más maravilloso. Te amo, valkiria.

Tamara Ferrero dijo...

Yo me arriesgo a decir que una persona se hace mayor por los disgustos, desilusiones y despuntes que recibe.
La diferencia es, simplemente como los encauza, como los entiende o reaciona, podemos negarnos el deseo que conseguir una plenitud personal, que para muchas de nosotras es tener un compañero en el dificil camino que recorremos (dejando esta vez a un lado, trabajo, familia, salud etc) o podemos encauzarlo como una manera de aprender como son las personas.
Pero por norma general, llega un momento en el que nos volvemos más frias que un tempano de hielo y todo nos parece puro teatro; pero sin esperarlo, una calida mano nos coje y de repente, todo ese peso, todas esas cadenas que a nuestro cuerpo teniamos atadas, desaparecen y el mundo se vuelve de otro color.
Un besazo como siempre, un placer Koi.

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