Breve recorrido por Escombros

Aún recuerdo con claridad esa primera entrada que dio a luz este blog, hace ya más de dos años. Por aquel entonces yo era Lady Escombros, desquiciada y sola ante el mundo, dispuesta a entrarle a dentelladas a la realidad. Enfurecida con el entorno, con todo.

2009 fue un año extraño para este lugar. Mis entradas no eran coherentes ni seguían unos parámetros mínimamente lineales: escribía indiscriminadamente, de todo un poco. Letras de canciones, escritos, críticas, citas. Fue un año de considerables altibajos emocionales: enormes caídas al vacío y momentos de plenitud exacerbada. Sin término medio. Fue el año en que entregué mi alma y mi corazón a una empresa que se terminaría dos años más tarde. Sin arrepentimientos, sin lamentos, sin malos recuerdos: hay cosas en la vida que uno ha de experimentar. Y es bueno, no cambiaría nada: los pésimos momentos se equilibran con los que brillaron y, a fin de cuentas, es una experiencia más en la vida. Con luces y sombras. Pero por aquel entonces yo no lo sabía y me aferré a un clavo ardiendo, a la cosa más hermosa que había ocurrido en mi trayectoria vital. Hoy, dos años más tarde, me contemplo a mí misma como un ser sin experiencia alguna, sin barreras ni control, sin capacidad para delimitar su propia intimidad. Es algo muy hermoso que he aprendido: la forma de respetar mi integridad personal, de poner orejeras a mis emociones, de domar mis instintos para evitar desangrarme a cada momento. Es mejor así. Es la proximidad a la edad adulta y al momento en que sabes que debes hacerte cargo de tus acciones.

El 2009 no fue un mal año. Aprendí millones de cosas y, de una forma u otra, recuperé el interés. Creo que fue en ese momento cuando comencé a escuchar música de verdad. Y ahí se abrió un mundo infinito de sensaciones, de caricias invisibles, de algo mágico e incomparable, de una vorágine de sentimientos que me acompañará hasta el día en que desaparezca del mundo: hoy puedo afirmar que sin música, no soy. También en 2009 pasé de ser Lady Escombros a ser, sencillamente, Koi. La diminuta carpa que coletea sin descanso para perpetrar ese arduo ascenso por las aguas heladas de la vida. Y llegar a la cima, transformarse en un dragón: una transición vital que experimentaría de forma constante a lo largo de mis días. Así fue.

Terminé el 2009 con una pequeña aventura en la pérfida Albión: un buen cambio y, a la vez, un momento duro. Dejé en tierra mil cosas y hoy me percato de que nada era tan urgente ni tan importante: es preferible aprovechar el momento, capturar un instante, que lamentarte por lo que no ha podido ser. Sin embargo estuvo bien saber que soy capaz de desenvolverme sola en un entorno no demasiado hostil pero sí extraño y ajeno. Noodles. Queen. Brummies.

Pasemos página y adentrémonos en el año 2010. Cuando lo analizo en retrospectiva veo que fue un año extraño, un año de reflexiones, un año de transición. Quizá fue el año en que me hice mayor y, desde luego, fue de la forma menos pacífica posible: a base de hostias. Todo en mi vida, todo lo que aprendí, ha sido inculcado así: de forma violenta, nada placentera. Está bien, siempre he sabido recoger los pedacitos de mí misma. En más de una ocasión he quedado reducida a cenizas y me enorgullece pensar que, de un modo u otro -y no siempre del correcto- he sabido salir a flote. No puedo negar que he tenido días en los que me dolía incluso respirar, días en los que la motivación es tan nula que ni siquiera tienes el hálito vital suficiente como para poner un pie fuera de la cama. Podríamos decir que ese año fue un año de desesperanza y desencanto, de aprender a sobrellevar lo repugnante que puede llegar a ser el mundo, de convivir con una caterva infinita de seres humanos despreciables. No sé cómo lo hice: conseguí dar un par de coletazos más y no destruir a nadie en el intento. En 2010 necesitaba ser amada, necesitaba que alguien me tuviese en el epicentro de sus pensamientos. Jamás ocurrió y me dediqué a vagar sola.

Ese año se rompieron muchas cosas. Mejor dicho, ese año se destruyó mi realidad particular para dar lugar a una mucho más desasosegante: estamos completamente solos. ¡Pero no! A pesar de la oscuridad que lo empañaba todo, pegajosa y hedionda, pequeñas lucecitas iridiscentes seguían titilando con suavidad. Fui lo suficientemente inteligente como para dejar que esa luz se acercase y penetrase, me despojé de la armadura y el yelmo y me mostré desnuda, vulnerable -jamás débil, tampoco excesivamente cautelosa-: estaba lista para la siguiente batalla. Y de este modo conocí a muchas de las personas que hoy tengo más cerca, aquellas que irían apareciendo de forma aleatoria y conformando una pequeña red de comunicación e interacción más que placentera. En efecto: son aquellos a los que hoy considero mis amigos, mis compañeros de viaje, mis cómplices y mis pequeños salvadores. Son ellos los que me han ayudado en el ascenso: la pequeña carpa, malherida, se tomó unos instantes de reposo para sanar sus llagas antes de seguir adelante, camino del cielo. Seguí con la música. Seguí con los libros, miles de libros, millones de palabras que llenaban de calidez aquel frío intenso, aquel hielo que me estallaba en las arterias.

En aquel año también comencé mis escritos sobre drogas. Jamás escribí bajo sus efectos, pero sí acerca de ellos. Y hoy, al releerlos, veo un universo que se me antoja fabuloso, brillante, y sí, también terrorífico y destructivo. No sé. Son demasiadas las sensaciones que tengo al respecto, pero si algo te inspira de tal modo y contribuye a que tus creaciones no sean desastrosas... bueno, merece la pena conservarlo.

Y así, a trompicones, cubierta de sangre coagulada y con el rostro surcado por las lágrimas, llegué a este año: 2011. El año de la luz. Si bien el inicio fue extraño, si bien sentí miedo de nuevo, el transcurso de los meses me demostró que no hay hoyo suficientemente profundo para anclarte para siempre. Eso, jamás. Si bien la existencia es suficientemente puta como para tirarte obstáculos entre los pies al mínimo descuido, fue alentador percatarse de que era más fuerte de lo que creía. Siempre lo fui, pero en ocasiones necesitas pruebas físicas y fehacientes para terminar de creértelo y darte cuenta de que no todo lo que haces o dices es un error. Tras esos meses extraños, tras hacerme un poco mayor, tras perder algo importante que en realidad llevaba meses perdido... se abrió el mundo. Se partió en dos, emergieron los demonios, el mar llenó de salitre cada esquina, una voluta de humo negro ascendió y brindé por mi renacer. En ocasiones hay que comenzar de nuevo y darse a uno mismo la posibilidad de hacer las cosas bien -o quizá de hacerlas mal, peor que nunca: ¡pero de hacerlas, a fin de cuentas!-. Y se fue el miedo a cometer errores. Se fue el miedo a perder. Se fue el miedo a estar sola. Y fueron tantas las cosas que se terminaron que ahora siento ganas de sonreír por ser la persona en que estos dos años me he convertido. Herida, hundida, dolorida y perjudicada y, sin duda alguna, menos pesimista, menos trágica, más dispuesta y más fuerte. Me he hecho mayor. Ahora toda aquella adolescencia desenfrenada está en el pasado, toda ella, allí donde debe estar. Hoy mi río desciende en aguas parsimoniosas y claras.

Y hay cosas que no han cambiado en absoluto. Sigo entregándome a cada una de las pequeñas empresas que llevo a cabo, sigo emocionándome con las cosas que me gustan. Sigo conmoviéndome hasta la médula con esos acordes que resuenan de vez en cuando y me recuerdan que la música representa todo aquello que necesito para que un día no me parezca una pérdida de tiempo. Sigo formándome, sigo devorando cada libro como si fuese el fin del mundo. He aprendido a escuchar a los demás y a extraer todas las semillas de conocimiento que puedan proporcionarme, que no son pocas. Sigo besando apasionadamente, como si fuera la primera vez, o quizá la última. Sigo recreándome con Mary Jane y bailando con ella un tango imposible en hermosas volutas de humo azul eléctrico. Sigo enamorada de los libros y pensando que soy más feliz en ellos, entregándome a las historias que me cuentan y sintiéndolas en cada molécula de mi ser. Sigo cerrando los ojos para perderme en olores que un día me resultaron familiares. Sigo creyendo en los pequeños placeres de la vida. Sigo siendo una carpa que lucha por alcanzar las puertas, por derrocar la fuerza de las aguas: ahora en mi espalda hay un testimonio gráfico de lo que este animalito ha significado en mis vivencias.

No creo que todo haya acabado. No ha hecho más que empezar. Soy más sabia y más fuerte, pero soy una pobre sombra de lo que seré en diez años. Es bueno saber que el crecimiento personal es real y palpable.

Este breve texto es lo que he podido decir, de forma sintética, acerca de estos dos años en esta pequeña parcela de la red. Me siento feliz de haber mantenido este rincón durante tanto tiempo, y de alguna manera presiento que no llegará pronto el final de Escombros del siglo XXI. Mientras la carpa aletee, mientras haya una nueva voz que escuchar, mientras pueda leer, oler el mar... seguiré aquí.




There's no sensation to compare with this
Suspended animation, A state of bliss
Can't keep my mind from the circling skies
Tongue-tied and twisted just an earth-bound misfit, I.

Pink Floyd - Learning to fly

1 comentarios:

Patricia dijo...

Bonito texto, a veces las cosas no salen como uno querría pero es cierto eso de que de todo se aprende. Me siento MUY identificada con todo lo que escribes. La vida sigue y nosotros seguiremos cambiando en ella... para mejor o para peor no se sabe todavía pero estoy segura como bien dices que no seremos ni una mínima sombra de lo que hoy somos. Me pasaré en estos 10 años a ver si sigues por aquí, je je ;)

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