[...] ¡Oh, gasa...! ¡Qué de veces...!
El piano...Ven, querida,
ven, llega, corre, vuela,
y mi impaciencia alivia.

¡Oh! ¡Cuánto en la tardanza
padezco! ¡Cuál palpita
mi seno! ¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!

En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;

y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.

Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.

Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.

Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.

Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,

que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.

Y tú sosténme, ¡oh Venus!
sosténme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.

Juan Meléndez Valdés - El gabinete

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