Asincronía

Se cicatriza una herida en torno a mi halo de podredumbre y escucho la voz de la diosa, araña mi espalda y cierro de nuevo las alas. Cry baby, quiero ser esa pequeña chica triste de tu canción, quiero mechones de terciopelo sobre mi frente, coronándome de espinas.

Escucho tu risa. Refulge, incandescente, en el abismo de mis pesadumbres. Emerge una roca, se erige como el faro que custodia la sapiencia, arroja su luz sobre mí. Me desnudo lentamente, dejo que acaricie mis brazos con su llameante humedad. Me baño en oro, derramo mis vicios, me deshago la trenza: cada cabello impregnado en ti. Te poseo durante un instante iridiscente y perfecto, relucen mis áridos senderos, saboreo el aroma de las violetas y las libélulas, de los sauces y las montañas, del barro y la sonata del río. Abrazo con premura y avidez el último retazo de tu olor, tu presencia; se esfuma mi cordura en un chasquido gris.

Me engulle la salada fosa, las paredes se inclinan con fúnebre pesadumbre, revolotean las polillas. Todo tiene el color del papel viejo. Y fue tu risa. Tu risa. Que tiene todo y me deja nada, que me vuela la mente y juguetea con mis sentidos, que me ofusca, me convierte y me enfurece. Que titila y se apaga, que no me dejará atraparla, que permanecerá, impasible y condenada, retozando en la lava de mi conciencia. Dame una certeza. Un guiño, una máscara, una invitación. Déjame entrar.



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