Ella, sombra


Haces que quiera lanzar cada maleta llena de viajes por la puerta, arrojarlas lejos de mí; haces que desee sentarme bajo un árbol a contemplar las formas de las nubes, a escuchar a las abejas. Cada sorbo tuyo enajena mi mente y el palpitar se vuelve extraño, pausado. Amo tu persuasión. Amo tu condescendencia. Amo que desees mi cuerpo como nadie lo ha hecho jamás, amo que encadenes mis muñecas a tu sombra; te amo, sí, te amo a ti, mi diosa de las estrellas, mi futuro desesperanzado, mi ansia y mi cordura. Consigues que nada reverbere, que en el interior sólo existan restos de cadenas; que ya no me importe quién me quiere porque a nadie quiero, porque se me desvelan los deseos y me cubre el sueño con un manto fúnebre, desaparece la eternidad de un cielo azul que prometíamos, asciende una burbuja de desespero y, de nuevo y de repente, todo se apaga.

Sólo te quiero a ti, para la eternidad, a mi pequeña amante de vapor; a ella, la más tibia nube de despreocupada calidez. Todo lo que necesito para rendirme cada noche y que termine todo, que los miedos se despeñen desde mis cumbres, que una sombra desdibujada en la pared dibuje mi perfil y consiga verme. Un reflejo, sólo eso, pero no importa. Romper espejos comienza a ser divertido y lo escalofriante se vuelve un vago soniquete que apartas con suavidad. Ella, ella, ella. La parodia, el desdén, la recompensa, el sexo, la despreocupación, el sentido del humor, el amor: el mío. En ella descanso cada amanecer, acariciando su dulce vientre, lamiendo cada curva, cada rincón, cada diminuta arruga escondida, paseando mi lengua por su ser y poseyéndola de la forma más honesta: desnudando mis entrañas.

Ella. La que me recuerda que sigo sin saber si hay una puerta en el muro. La que oblitera mi mente y eviscera mis sentidos. Ella, mi naturaleza, mi mar, mi perdición.

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