Moral
Cojones
de Almendralejo,
le pesan veinte arrobas
sin el pellejo.
Los cojones del cura
de Tarancón,
que abulta cada uno
como un melón.
Los cojones del cura
de Villalpando,
los llevan cuatro bueyes
y van sudando.
Al cura de Villarejo
de Salvanés,
le llegan los cojones
hasta los pies.
El cura de Morata de Tajuña
se rasca los cojones con la uña,
pero en cambio el de Arganda
se pisa los cojones cuando anda.
¡Rediós, y qué locuras
hacen con los cojones estos curas!
Alma poética
- Mientras dure.
- Sí, hasta que Dios quiera. Después aceptaré mi destino humildemente. Todo en este país va hacia la vulgaridad. Todo el que tenga pensamientos propios será condenado. Tarde o temprano será condenado. Es un caos kafkiano, un laberinto sin salida. El desprecio total.
- No te pongas dramático. Hay que ser más deportivo.
- Yo no me pongo dramático. Es dramático. No digas frasecitas frívolas para restar importancia a lo que te digo. Vivimos en un laberinto kafkiano. Que no se te olvide nunca. Primera vez que hablo esto en voz alta. Lo mascullo siempre, solo, caminando por la playa. Son mis pequeños secretos.
- Al menos sabes dónde estás y qué haces. Eres un hombre privilegiado.
- Quizás dentro de dos o tres años vienes a Varadero, Pedro Juan, y me verás vendiendo frituras asquerosas de harina en una cafetería sucia y llena de moscas en la calle 40. Ya no me dirán el Señor, con ese aire de reverencia. Me dirán "la maricona de la cafetería". "La vieja maricona", jajaja. Y allí estaré yo, sucio, patilludo, y con peste a manteca rancia. Pero riéndome y alegre. Lo haré con dignidad, poeta. Yo también llevo la poesía adentro. Y eso me salva. Lo que me toca en la vida lo recibo siempre con amor y compasión.
El piano...Ven, querida,
ven, llega, corre, vuela,
y mi impaciencia alivia.
¡Oh! ¡Cuánto en la tardanza
padezco! ¡Cuál palpita
mi seno! ¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sosténme, ¡oh Venus!
sosténme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
Sin título
Encendió con lentitud una pequeña vela y, de repente, el claustro se vio iluminado por un tenue resplandor. Las esquinas parecían más oscuras, las sombras más alargadas: el misterio se instaló, como por arte de magia, en cada rincón de la estancia.
Echó un vistazo al pequeño patio salpicado de flores del color del rubí. Las invisibles estrellas hacían titilar su aura sobre el diminuto rocío que cubría cada pétalo, cada estambre. Todo se movía lentamente, al ritmo acompasado de la llama, como guiado por la mano de un Baco enterrado ya en sus propios vapores etílicos.
Ella lo esperaba en el vértice opuesto. Siempre lo había esperado. La hermosa ménade de rizos de fuego y tormenta se recostaba suavemente contra la gélida piedra, fingiendo no sentir el frío, fingiendo sentir una calma que no existía. Jamás existió, jamás desde que el dios de los cuernos de azabache había puesto su mirada y su piel sobre su ser. Se amaron con la furia de un tornado, con el ansia de la sed más poderosa, con el dolor del metal incandescente. Se amaron con cada minúsculo poro de su cuerpo, con cada cabello, cada gota de sudor. Se amaron con sus lenguas y sus manos.
Ella cultivaba sus inspiraciones en un tenebroso danzar místico. Su cuerpo giraba, se retorcía, formaba extraños ángulos, se contorsionaba creando nuevas curvas y misterios. Después se desplomaba como un ave despojada de vida. Esos movimientos atávicos despertaban la curiosidad del dios, quien la contemplaba en la oscuridad, siempre en la oscuridad. Le atemorizaban e hipnotizaban. Entre repulsa y fascinación, la observaba sin apartar la vista, mas deseando hacerlo a cada instante. Sentía que cada una de las vibraciones de su bello cuerpo los apartaba, los alejaba: su mística locura, aquel furor pasional, acabaría con ella.
Tras aquellos espectáculos de tinieblas, hacían el amor. La estancia se volvía un frenético caos lleno de chispas, de volutas de humo y brillantes colores, de buganvillas podridas que crecían, sin rumbo ni freno, por cada esquina, envolviéndoles los pies. Ella desprendía su suave perfume. Él respiraba, inclinando la cabeza, la esencia que conformaban los dos. Ella acariciaba sus cuernos, se hundía en su cuerpo.
Dio un paso. Se acercó. La contempló detenidamente, estudiando cada detalle: todo parecía ser nuevo, a pesar del tiempo que habían compartido sus vidas. Ahora eran eternos. El dios y la ménade en maravillosa conjunción, el perfecto binomio, el cielo y la tierra trenzados en los cuernos de un carnero.
Se aproximó. Un poco más. Ella entornó la cabeza, acarició la columna con su espalda, se deslizó con suavidad. Más cerca. Para que él la contemplase con claridad. Entonces, con una suave cadencia que hizo brotar música de los astros celestiales, comenzó a bailar.
- ¿Jamás vas a detenerte? – preguntó él, con una mueca de disgusto y placer.
- ¿Lo harías tú?
Patricia Costales, 27/9/10
Tras haber leído La fundación y En la ardiente oscuridad, me declaro devota de Buero Vallejo y su desgarrador teatro. Un teatro que pone de manifiesto la debilidad del ser humano, nuestra capacidad para comprender; un teatro que nos perfila como seres luchadores que, a fin de cuentas, no pueden escapar de ese destino último que todos tenemos en común.