Como bien podeis ver en la barra que hay a vuestra derecha, una de mis lecturas actuales es Germinal, una novela escrita por Èmile Zola a finales del siglo XIX. Hace ya mucho tiempo que deseaba tener este volumen entre mis manos, pero varias cosas me frenaban: la falta de suficiente tiempo libre para enfrentarme a una lectura larga, densa y con un buen contenido y, especialmente, la imposibilidad de encontrarlo en mi lengua natal en bibliotecas.
Sin embargo, dos sucesos prácticamente aparejados han permitido que llegase Germinal a mi vida: las vacaciones de verano y el consiguiente exceso de tiempo libre y la apertura -¡al fin, tras un año!- de la biblioteca de mi ciudad. Aunque mi ejemplar de esta novela está ciertamente ajado y desprende un suave olor a humedad, aunque la letra sea diminuta y alargada, aunque tan sólo haya leído 80 páginas... he de decir que me gusta y, por el momento, Zola no me está decepcionando. Odio esos momentos en que una ansiadísima lectura nos decepciona desde la primera página. Confío en que, a lo largo de esta historia tan comprometida, no me encuentre con la decepción por ninguna parte, tan sólo con una maravillosa pieza literaria.
Sin embargo, dos sucesos prácticamente aparejados han permitido que llegase Germinal a mi vida: las vacaciones de verano y el consiguiente exceso de tiempo libre y la apertura -¡al fin, tras un año!- de la biblioteca de mi ciudad. Aunque mi ejemplar de esta novela está ciertamente ajado y desprende un suave olor a humedad, aunque la letra sea diminuta y alargada, aunque tan sólo haya leído 80 páginas... he de decir que me gusta y, por el momento, Zola no me está decepcionando. Odio esos momentos en que una ansiadísima lectura nos decepciona desde la primera página. Confío en que, a lo largo de esta historia tan comprometida, no me encuentre con la decepción por ninguna parte, tan sólo con una maravillosa pieza literaria.
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