Cuando veo el telediario, ya no hay muchas cosas que me impacten. Me he acostumbrado a tener que ser testigo visual de ataques suicidas, de palizas, de incendios, de matanzas (con cadáveres en descomposición incluidos), en fin, de todo tipo de bestialidades causadas por la mano humana. El caso es que estas imágenes no suelen causarme gran impacto, aunque, ¡ojo!, la mayoría me afecten muy intensamente.
Pues bien, el otro día a la hora de la comida llegó esa pequeña reseña informativa sobre la caza de focas. Pobres, pobres focas. En pocos segundos y con los ojos humedecidos, apagué la televisión, incapaz de seguir viendo semejante carnicería. Focas muertas. Apaleadas, literalmente. Desangrándose y agonizando frente a la cámara. Algunas trataban de huir, siempre sin éxito. Un par de varazos en la cabeza, cargados de fuerza y de mezquindad, y la foca ya no respira. En su mayoría son crías de foca, como ese peluchín que veis en la foto. Criaturas inocentes, algunas con pocos días de vida. Diréis que soy una hipócrita, una cínica y una insensible por compadecerme de las focas. No lo soy. Estoy más acostumbrada a que nos enseñen cadáveres humanos, y no me altera demasiado verlos, aunque me conmueve, desde luego. Quizá los enormes ojos de estos animales me llegasen más al corazón. El ser humano comete malas acciones siendo consciente de ello. ¿Qué mal puede hacer una foca? ¿Quién puede ser tan horriblemente cruel como para poder dedicarse a destrozar las cabezas de estos pobres mamíferos?
Hace años, Greenpeace y Seprona me parecían un tanto extremistas por ocuparse tanto de los animales y tan poco de las personas. A día de hoy, me planteo seriamente tomar un papel activo en su labor. No sé si será una buena idea darse cuenta de que los animales, en ocasiones, merecen mucho más cariño que ciertos seres humanos.
Usda Zones California
Hace 9 meses